
jueves, 31 de diciembre de 2009
El viejo y "La Mar": uno de tantos retornos a lo Femenino.

sábado, 26 de diciembre de 2009
Subterfugios familiares

Frecuentemente al abordar este tema se opta por rechazar vehementemente la existencia de sentimientos encontrados, se prefiere esconder aquellas vivencias repletas de vicisitudes y negar las dificultades que le son intrínsecas al hecho de formar y de hacer parte de una familia.
Parece que a la larga, todavía nos aterramos demasiado de nuestra propia naturaleza.
Hoy escucho un eco entre dos autores: Sigmund Freud y Elfriede Jelinek. Ambos me permiten adentrarme en los torbellinos emocionales del ser humano. Hace ya más de un siglo Freud propuso que amor y odio coexisten en el corazón de todo vínculo humano. Jelinek por su parte, es capaz de evocar literariamente a través de un lenguaje sublime y aterrador a la vez, éste rasgo del afecto que yace escondido en lo más profundo del alma humana.
Transcribo fragmentos de la novela Deseo en los que Jelinek recrea de una manera maravillosamente aterradora estas madrigueras emocionales de los vínculos familiares.
Por medio de un lenguaje sublime, poético y a la vez impío, Jelinek nos sumerge en el torrente de aquellos sentimientos que, muchas veces, con tanto miedo y afán buscamos aniquilar por medio de máscaras, disfraces y contundentes omisiones.
" La familia puede hacer mucho bien y recoger el botín de los días festivos. Los más amados rodean a la madre, se sientan juntos como benditos. La mujer se dirige a su hijo, lo censura (tocino en el que pacen las larvas del amor) con su suave y delicado gritar. Se preocupa por él, lo protege con sus suaves armas (...) Al hijo no le gustan las quejas de la madre, enseguida exige un regalo. Intentan ponerse de acuerdo en esas breves negociaciones: a base de juguetes y artículos deportivos (...) Sólo tiene este hijo. Su marido vuelve de su despacho, y enseguida ella lo estrecha contra su cuerpo, para que los sentidos del hombre no se despierten. Resuena música del tocadiscos y del barroco. Ser lo más uno posible con las fotos en color de las vacaciones, no cambiar de un año para otro.
(...) El hombre es de los que todavía saben apreciar la música clásica. Con un brazo, se tiende hacia delante y pone en marcha una cadena estereofónica. Resuena, la mujer se deja hacer, y vivan los mortales del sueldo y el trabajo, pero, ¿no es cierto?, la música forma parte de esto.
(...) Lo maravilloso del viaje es que se encuentra uno un lugar ajeno y vuelve a huir espantado de él. Pero cuando hay que permanecer juntos, como reproducciones en cuatro colores y de mala calidad de la naturaleza, formando parte unos de otros: una familia, entonces sólo encontrará usted al Papa, la cocina y el Partido Popular Austriaco dispuestos a honrar esta obra y a hacerle una rebaja en todos sus pecados. La familia, ese buitre, se considera a sí misma un animal doméstico".
lunes, 30 de noviembre de 2009
Humor rothiano para el psicoanálisis freudiano

martes, 20 de octubre de 2009
El cuerpo humano y la imaginación poética

Trato de formular dicha pregunta de la manera más sencilla posible, pero he de admitir que cada vez que la formulo en voz alta (es decir, cuando se la formulo a un otro) la mayoría de veces siento la necesidad afectiva de hacerlo acompañada de una especie de emoción subversiva contra la "Tradición de Occidente".
Sé que esta pregunta, por venir acompañada de este afecto de tipo guerrillero, no es solamente una inquietud genuina respecto a un tema que me llena de curiosidad (ese vasto, riquísimo y profundo territorio que es el cuerpo humano) sino que, es a su vez un fuerte reclamo ante la negligencia occidental que insiste, de diversas maneras y mediante el uso de diferentes esquemas de pensamiento (y por supuesto, de mecanismos de control) de reducir, simplificar, minimizar, o lo que es aún peor, mecanizar el valor y el significado del cuerpo en la vida de los seres humanos.
Hoy vuelvo a formular el mismo interrogante. Le pregunto una vez más a la racionalidad occidental: ¿cuál es el valor del cuerpo y de la experiencia corporal en la vida de los seres humanos?
Ahora, oigo a Coetzee plantear, en su novela Elizabeth Costello, otra pregunta que hace eco con mi interrogante así como también con mi reclamo a cierto tipo de racionalidad occidental: "-¿Así que Descartes tenía razón y los animales no son más que autómatas biológicos?- "
Tomo la palabra para acompañarlo en sus cuestionamientos preguntando: - ¿Así que Descartes tiene aún razón y el cuerpo no es más que una extensión física cuyo funcionamiento es similar al de una máquina?- .
Coetzee continúa dialogando conmigo al invitarme a sentir y a imaginar, por medio de la poesía de Ted Hughes, qué podría llegar a experimentar si se me hubiese dado la posibilidad de encarnar el cuerpo de un jaguar:
"En estos poemas conocemos al jaguar no por su aspecto, sino por cómo se mueve. El cuerpo se define por cómo se mueve, o por cómo se mueven en su interior las corrientes de la vida. Los poemas nos piden que imaginemos cómo es esa forma de moverse, que habitemos en ese cuerpo.
Con Hughes no es cuestión, subrayo, de habitar otra mente, sino de habitar otro cuerpo. Es la clase de poesía sobre la que hoy estoy llamando la atención de ustedes: una poesía que no trata de encontrar una idea en el animal, sino que es el animal, el registro de una unión con el mismo".
Me entusiasma la posibilidad de seguir conversando con Coetzee. Me percato que (¡por fin!) no necesito indagar respecto al valor del cuerpo haciendo uso de un tono emocional subversivo. Interrogo a Coetzee con el sosiego de sentir que hay resonancias que nos comunican: ¿Acaso habitar otro cuerpo implicaría conocer otras maneras de ser-en-el-mundo? ¿Habitar otro cuerpo implicaría habitar otra mente? ¿SER por ende un SER diferente?
Coetzee, en un tono de diálogo y de acercamiento me dice lo siguiente:
"(...) Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben. Al poner en primer plano al jaguar, Hughes nos enseña que también nosotros podemos encarnar a los animales. Nos muestra cómo conseguir que el cuerpo vivo cobre existencia en nuestro interior. Cuando leemos el poema del jaguar, y cuando lo recordamos más tarde con tranquilidad, durante un breve intervalo somos el jaguar. El jaguar se agita en nuestro interior, conquista nuestro cuerpo y se nos mete dentro.
(…) la idea de un jaguar, eso no va a conmover al poeta ya que no podemos experimentar abstracciones".
Coetzee se marcha ahora y me deja a solas. Sigo reflexionando sobre algunos de los cuestionamientos que previamente le fueron planteados a la tradición cartesiana. La última frase que Coetzee pronuncia: "No podemos experimentar abstracciones" queda inscrita en mi mente. Un momento después, la astucia intuitiva de la asociación libre me lleva a recordar algunos de los aportes de la investigación psicoanalítica en lo referente al valor del cuerpo en la vida de los seres humanos.
El psicoanálisis ha consolidado un método de indagación y una teoría acerca de la mente mediante la cual nos es viable intentar conocer, o al menos empezar a imaginar las tangibles, pero al mismo tiempo "impensables" (y escribo esta palabra deliberadamente) implicaciones que tiene para todo sujeto ser un SER encarnado.
Los estudios que Freud emprendió, y que han sido continuados por psicoanalistas curiosos e imaginativos como Klein, Winnicott y muchos otros acerca del desarrollo psicosexual infantil, son, a mi manera de ver, claves fundamentales para comprender los múltiples significados que acarrea consigo el hecho de que nuestra existencia sea inseparable de nuestro propio cuerpo. A través de estas investigaciones uno puede constatar que las dimensiones no-abstractas sino, todo lo contrario, absolutamente reales y tangibles de las experiencias corporales han sido por fin y enhorabuena invocadas con el fin de entender los avatares de la existencia humana.
Es muy posible que en este punto uno se pregunte: ¿qué tiene que ver el quehacer del psicoanalista con la imaginación del poeta?
Cuando desde el psicoanálisis se hace referencia al cuerpo, no se busca reducirlo a fenómenos de orden estrictamente fisiológico. La experiencia corporal que el psicoanálisis invoca tiene muchos más elementos en común con la imaginación poética que con la investigación de tradición positivista. Para el psicoanálisis, la cuestión no consiste en clasificar ni en describir fenómenos de orden somático con el fin de mostrar las bases fisiológicas que entran en juego en el funcionamiento de la mente humana, sino que la cuestión reside en hacer uso de la interpretación y de la observación para tratar de poner en palabras la manera como las "corrientes de la vida" se manifiestan en el cuerpo humano.
Las investigaciones psicoanalíticas tratan de transformar en palabras aquellos registros que dan cuenta de la unión inexorable entre nuestra vida mental y nuestra vida corporal, tratando de evocar aquello que, por razones de distinta índole hemos reprimido y enviado a lo más profundo de nuestro ser: las connotaciones simbólicas que tiene para nuestra existencia ser seres animales encarnados en cuerpos humanos.
En una célebre frase Einstein afirma "la imaginación es más poderosa que el conocimiento". Me entusiasma y me apacigua al mismo tiempo saber que hay poetas y psicoanalistas que se permiten hacer uso de la imaginación para tratar de evocar los significados más profundos que están asociados a las experiencias corporales.
Y si no resulto convincente acerca del valor que este tipo de trabajos ostenta para la comprensión de la naturaleza humana, he de aclarar, parafraseando a Elizabeth Costello, que probablemente esto se deba a que "las palabras que estoy pronunciando no consiguen invocar para ustedes la integridad y la naturaleza no abstracta y no intelectual de ese ser animal" .
viernes, 18 de septiembre de 2009
El Sonido y La Furia. Apéndice

jueves, 27 de agosto de 2009
El primate prisionero

(...) Sultán está solo en su jaula. Tiene hambre. La comida que antes llegaba con regularidad ha dejado de llegar de forma inexplicable.
El hombre que antes le daba de comer y ahora ha dejado de hacerlo tiende un cable por encima de la jaula, a tres metros del suelo, y cuelga un manojo de plátanos del mismo. Luego mete tres cajas de madera en la jaula. Por fin desaparece, cerrando la puerta tras de sí, aunque no ha ido lejos, porque todavía se le puede oler.
Sultán sabe que ahora se espera de él que piense. Por eso están los plátanos ahí arriba. Los plátanos están ahí para hacerlo pensar a uno, para espolearlo a uno hasta los límites de su raciocinio. Pero ¿qué hay que pensar? Uno piensa: ¿Qué he hecho? ¿Por qué he dejado de caerle bien? Uno piensa: ¿Por qué ya no quiere estas cajas? Pero ninguno de estos pensamientos es adecuado. Incluso un pensamiento más complicado - por ejemplo: ¿Qué problema tiene? ¿Qué idea equivocada tiene de mí que le lleva a creer que me resulta más fácil coger un plátano que cuelga de un cable que recoger un plátano del suelo? - resulta erróneo. El pensamiento adecuado es: ¿Cómo se pueden usar las cajas para llegar a los plátanos?
Sultán arrastra las cajas hasta que están debajo de los plátanos, las amontona una sobre la otra, sube a la torre que ha construido y descuelga los plátanos. Y piensa: ¿Dejará ahora de castigarme?
(...) Mientras Sultán tiene pensamientos equivocados se muere de hambre. Pasa hambre y los retorcijones de sus tripas son tan intensos y abrumadores que no le queda más remedio que tener el pensamiento correcto, es decir, cómo llegar hasta los plátanos. De esta forma se examinan los límites de la capacidad mental del chimpancé.
(...) Y en la medida en que el experimentador complejiza la tarea, se obliga cada vez a Sultán a tener el pensamiento menos interesante. De la pureza de la especulación (¿Por qué se comportan así los hombres?) se lo empuja incansablemente a una razón instrumental inferior y práctica (¿Cómo se usa esto para coger aquello?) y por tanto a la aceptación de uno mismo básicamente como organismo con un apetito que necesita ser satisfecho.
(...) Es probable que Wolfgang Köhler fuera un buen hombre. Un buen hombre, pero no un poeta.
(...) En lo más profundo de su ser, a Sultán no le interesa el problema de los plátanos. Solamente le obliga a concentrarse en el mismo la reglamentación obsesiva del experimentador. La cuestión que le ocupa verdaderamente, igual que ocupa al gato y al ratón y a cualquier otro animal atrapado en el infierno del laboratorio o del zoo es: ¿Dónde está mi casa y cómo llego a ella?
domingo, 16 de agosto de 2009
La incertidumbre en las relaciones humanas

Mientras escribo esto me pregunto, ¿acaso, de una u otra manera no lo somos todos? Justo ahora me parece posible imaginar que, de pronto, es precisamente por esa capacidad que tenemos no sólo de percibir al otro sino también de sentirlo al interior nuestro, y aún más, de actuar en respuesta a lo que él nos hace sentir, que las relaciones humanas son tan complejas.
Ahora viene a mi mente, aunque no de manera tan nítida como quisiera, el recuerdo de un diálogo entre dos personajes de la novela Sobre Héroes y Tumbas. En dicho diálogo, uno de ellos compara al ser humano con un instrumento físico cuya particularidad consiste en responder a un estímulo de aire producido en el ambiente emitiendo un sonido único, sonido que depende absolutamente de las características particulares del estímulo ambiental. Para mí, la fuerza de esta comparación reside en la afirmación de que cada persona con quien establecemos una relación es un "estímulo" único e irrepetible que siempre toca una parte de nosotros mismos que jamás habríamos oído si no hubiéramos conocido a dicha persona.
A lo largo de mi vida, he tenido la fortuna de acrecentar mis posibilidades de resonancia a través de diversos tipos de relaciones. Coincido con el personaje de Sábato, pues en mi caso, cada persona ha tocado fibras diferentes que me han permitido conocer mejor la gama de sonidos que me constituyen.
Últimamente, cuando vuelvo a recordar ciertas relaciones, sobre todo relaciones pasadas, constato que con el tiempo acepto cada vez un poco más el hecho de que a lo largo de esas relaciones experimenté sentimientos y sensaciones que yo misma no entendía y que, incluso no había considerado siquiera que hubieran podido llegar a existir. En general, cuando trato de explicar(me) porqué algunas relaciones vivieron mientras que otras murieron acabo aceptando que lo que no sé acerca de esas relaciones termina siendo mucho más profundo y determinante que lo que creo que puedo saber.
En todo caso, soy de las que cree que uno nunca sabe a ciencia cierta qué hizo que ciertas relaciones bascularan hacia ciertos sentimientos, porque a unas las acecharon ciertos miedos, porque otras se reafirmaron en medio de la interperie y porque otras se fragmentaron irremediablemente. Ahora que lo pienso, incluso la pregunta acerca de qué hizo posible que ciertas relaciones se dieran resulta, en varias ocasiones, absolutamente enigmática. Sé que de hecho lo más lógico es saber que en este terreno de las relaciones humanas no hay lógica que logre descifrarlas. Lo cual es también una suerte porque nos mantiene a los curiosos preguntándonos sinsentidos. Lo que puede ser cierto es que las relaciones son un lugar en el que sabemos, al menos intuitivamente, que la incertidumbre, la duda, y el no saber predominan.
Sin embargo, hay personas para las que el no saber se vuelve insoportable; no saber porqué una relación se volcó hacia el destino C, cuando queríamos que se dirigiera hacia el destino A, no saber por qué el otro respondió de una manera cuando en realidad anhelabamos que lo hiciera de otra totalmente diferente, etc. Generalmente cuando no se soporta más el hecho de que en el campo de las relaciones humanas las certezas son inexistentes, se evidencia esta tendencia tan humana de optar por las etiquetas y los lugares comunes para erradicar cualquier sensación de incertidumbre y cualquier reconocimiento de que siempre hay un desconocimiento parcial del otro (pero sobre todo, de nosotros mismos). Entonces, se opta por creer que se "saben" las razones por las que las personas actúan de uno u otro modo, y se termina optando por pensar que conocemos al otro hasta el punto de entender sus motivaciones e intenciones más profundas.
Lo que quiero decir es que probablemente, si las relaciones humanas se trataran únicamente de percibir al otro, y no de sentirlo acutando al interior nuestro, todo sería más simple ( y sin duda mucho más monótono y aburrido), pero posiblemente esto reduciría la frecuencia con la que tantos recurren a los clichés para contrarrestar los sentimientos de extrañeza que despierta en nosotros lo desconocido. El resto de cosas que me gustaría decir acerca de mi enérgico rechazo al uso de lugares comunes lo dice mejor Philip Roth:
¿Cómo saber lo que sucede tal como sucede? ¿Lo que subyace en la anarquía de la sucesión de acontecimientos, las incertidumbres, los contratiempos, la desunión, las espantosas irregularidades que definen los asuntos humanos? "Todo el mundo sabe" es la invocación del cliché y el comienzo de la trivialización de la experiencia, y lo que resulta tan insufrible es la solemnidad y la sensación de autoridad que tiene la gente al expresarlo. Lo que sabemos es que, si hacemos abstracción de los clichés, nadie sabe nada. No es posible saber nada. No sabes realmente las cosas que sabes. ¿Intención? ¿Motivo? ¿Consecuencia? ¿Significado? Todo lo que no sabemos es asombroso, e incluso lo es más que aquello que pasa por saber.
Philip Roth. La Mancha Humana.miércoles, 24 de junio de 2009
Intimidad en la amistad

- Tengo una aventura, Nathan. Tengo una aventura con una mujer de treinta y cuatro años. No puedo decirte lo que eso ha hecho por mí.
lunes, 15 de junio de 2009
Misteriosas notas sobre el misterio de la belleza.

domingo, 17 de mayo de 2009
Amores contrariados y memorias del cuerpo.

Quizás el cuerpo pueda guardar, y de manera casi intacta, la claridad e intensidad de las sensaciones que han quedado inscritas en la piel. Sin embargo, la separación no nos deja otra alternativa que la de vivir con una memoria corporal escindida; probablemente, para volver a experimentar nítidamente aquellas sensaciones del pasado, tendríamos que estar de nuevo con ese cuerpo que nos las produjo.
viernes, 1 de mayo de 2009
¿Por qué bailan todavía?

J.M. Coetzee. Esperando a los Bárbaros.
El 29 de abril se celebró el día internacional de la danza. Para festejarlo tuve la oportunidad de ver el documental Baila Colombia de Diego García. ¿Qué ví en el documental? Que "no es un secreto para nadie que Colombia es un país de bailarines innatos", como afirma Alvaro Restrepo. Esto es cierto. Constaté que ese secreto a voces se mueve en los cuerpos de muchos colombianos.
Pero, aunque todo lo que acabo de mencionar es en sí mismo impresionante, sabía, por una punzada de dolor atravesada en mi garganta, que debía estar viendo algo más. De lo contrario, ¿qué me aguijoneaba la garganta mientras, al mismo tiempo, sentía mi cuerpo invadido de alegría al ver tanta danza, tanto baile?
Ví además bailarines, escuelas y compañías de danza en plena creación; inventando nuevos movimientos y demostrando que el espectro de posibilidades con el que cuenta el cuerpo para comunicar, expresar y simbolizar es infinito.
¿Por qué entonces esa punzada en la garganta?
Me tomó un tiempo entender que esa punzada no estaba relacionada con lo que estaba viendo, sino con lo que no estaba viendo. O, al menos, con aquello que, si estaba en escena, no constituía el aspecto protagónico del documental. Los protagonistas eran la danza y los bailes, verlos no me dolía (todo lo contrario). Lo que me dolía (y me seguirá doliendo) era en cambio darme cuenta de los lugares de donde provenían muchas de esas danzas.
En el documental vi, porque simplemente es inevitable no ver en Colombia, pobreza, injusticia social y violencia. No ví pero escuché historias acerca de cuerpos mutilados, torturados, despedazados que también poblaron esas regiones en las que veía gente bailando. No ví a los bárbaros pero oí que también por ahí habían pasado.
En medio de tanta muerte, crueldad y violencia (y cómo me duele saber que no estoy exagerando) vi personas bailando. ¡Vi personas bailando! Y no sólo los ví bailando, sino que además constaté el goce genuino que sentían al bailar y quedé, como siempre quedo con este tipo de manifestaciones del alma humana, aturdida y maravillada al mismo tiempo.
Esperando a los Bárbaros ha sido una de las novelas que más me ha impactado. El relato de un hombre que no se da por vencido, a pesar de las constantes catástrofes que ocasiona la violencia humana, y que se empeña hasta el último momento en convertir un lugar devastado por las atrocidades de la guerra en un refugio de convivencia.
Ver a todas estas personas bailando me ha impactado hasta el punto de querer hacerles algunas preguntas. Les preguntaría por ejemplo: ¿Cómo lograron que el odio no los enloqueciera? ¿Por qué no han hecho de la venganza su destino? Pero ante todo les preguntaría: ¿Por qué bailan todavía?
Aunque desconozco las respuestas, creo que el hecho de que aún bailen tiene que ver con esa capacidad del hombre para transformar el dolor en creación.
Realidad y Juego es para mí el texto de Psicoanálisis más profundo y revelador que he leído hasta ahora (texto que, por lo demás, aún no he descifrado). Al inicio de este texto hay una frase de Michel Leiris que encierra todo lo que este documental me ha hecho ver y sentir.
"Esa capacidad poco común ... de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos".
Finalmente, fue esa capacidad la que terminé también celebrando, en medio del dolor y del asombro este 29 de abril que acaba de pasar.
martes, 21 de abril de 2009
¿Qué es ser hombre?

La curiosidad ( y, quizá también la angustia de castración?) me ha (n) llevado a indagar al respecto. A veces creo haber captado información relevante hablando con ciertos hombres, otras en cambio, dudo no sólo acerca de la veracidad de los datos revelados o inferidos por medio de conversaciones, sino también de mi propia disposición para percibir aquello esencialmente masculino que tanto anhelo ver. Sé que me es imposible no prestarles atención a estas conversaciones orientada por una curiosidad femenina y, por ende, sé también que es muy posible que mi sistema de captación resulte en cierta medida inapropiado para llevar a cabo la tarea de reconocer claramente aquellos elementos masculinos que tanto ansío descubrir.
Así que, en lo que respecta a esta intriga, sólo cuento con la certeza de mi deseo: el deseo de preguntarme como mujer qué es ser un hombre. Me intrigan aquellos puntos que hombres y mujeres tenemos en común como también aquellos donde se produce (n) las bifurcación (es). Me intrigan esos lugares (de la mente y del cuerpo) que nos orientan hacia visiones y sensaciones distintas de la vida y del amor. Vuelvo, una y otra vez, a pensar sobre esos puntos y no dejo de preguntarme respecto a aquellos que nos son inexorablemente ajenos a los unos de las otras y a los otros de las unas.
Dependiendo del estado de ánimo en el que me encuentre hago énfasis en lo que tenemos en común o en lo que nos diferencia. Honestamente, nunca he llegado ni a pensar ni a sentir que hombres y mujeres no tengamos nada en común. Así que, sigo confiando en la existencia de elementos compartidos entre ámbos géneros, y sobre todo sigo sintiéndome atraída ante la posibilidad de pensar desde las semejanzas nuestras diferencias.
Guiada por esta gran curiosidad acerca de cómo se vive y se experimenta la vida cuando se es un hombre, le hice caso a mi intuición femenina y leí la novela de Philip Roth titulada: Mi vida como hombre. Además, por tratarse de una novela de este autor no temí ningún mal presagio. Todo lo contrario, confiaba plenamente en la posibilidad de encontrarme con un libro estupendo y, una vez más, Roth no sólo me prendó durante todo su relato, sino que además me llevó a leerlo presa de una voracidad irremediable.
A lo largo de este relato me encontré con declaraciones inesperadas. Descubrí una novela llena de un agudo sentido del humor, humor que roza inteligentemente los límites del cinismo. (He ahí el sello característico de Roth). Encontré una novela que me habló directamente acerca del dolor de ser hombre, pero sobre todo acerca del dolor y de los temores que, algunos hombres sienten al entablar una relación de pareja con una mujer.
Quiero subrayar que, antes de empezar mi lectura imaginé que iba a encontrarme con una voz serena. La voz de un Hombre en quien podría vislumbrar gestos de Seguridad y Dominio de Sí. Pensé que este hombre del que me hablaría Roth asumiría la vida guíado por una sensación de Claridad respecto a Sí Mismo.
Ahora voy a compartir un pequeño fragmento ilustrativo de aquello que encontré en mi búsqueda. Aquí van algunos momentos estelares en la vida de un hombre de treinta y cuatro años:
( Este es el fragmetno de una carta que Peter Tarnopol, - protagonista de la novela - le escribe a su hermana. Tarnopol es escritor. Viudo de su primera esposa - que se llamaba Maureen - y separado de un segundo matrimonio).
"Aquí, a veces imagino que tengo diez años y que me trato a mí mismo como corresponde a esa edad. Para empezar el día, tomo un bol de cereales en el comedor, como hacía todas las mañanas en la cocina de casa. Luego vengo aquí, a mi cabaña, más o menos a la misma hora en que solía ir a la escuela (...) En lugar de estudiar aritmética, sociales, etcétera, escribo a máquina hasta el mediodía (...) Mi almuerzo viene en un recipiente preparado en la cafetería, e incluye bocadillo, palitos de zanahoria cruda, una galletita de avena, una manzana y un termo lleno de leche; más que suficiente para un chaval que está creciendo (...) Todas las noches trato de afeitarme "a la perfección", como lo haría un niño de diez años (...) A las seis me preparo un cóctel de vodka, y martini, que bebo a pequeños sorbos mientras escucho las noticias con mi radio portátil (...) Desde luego, a los diez años no tenía el hábito de beber, pero me recuerda a mi padre cuando regresaba de la tienda con su dolor de cabeza y los ingresos del día. Con una expresión en la cara que hacía pensar que el vaso contenía trementina, se bebía de un trago un poco de whisky(...)
Para regresar caminando a la casa principal, a medianoche, tengo solo una linterna que me ayude a orientarme por el sendero que se abre entre los árboles. A solas bajo ese cielo renegrido, no tengo más valor a los treinta y cuatro años que cuando era niño, y estoy tentado de echarme a correr. En vez de eso, invariablemente apago la linterna y permanezco inmóvil allí, en el bosque a mdidanoche, hasta que el miedo desaparece, o bien llego a un punto intermedio entre yo y el miedo. ¿Qué me asusta? A los diez años, solo el olvido (...) Hoy es pensar que los muertos no están muertos lo que hace que se me aflojen las rodillas. Pienso: "¡El funeral de Maureen fue otra trampa! ¡Está viva! ¿De una forma y otra, reaparecerá!" En el pueblo, al atardecer, a veces imagino que miraré hacia la lavandería y la veré llenando una lavadora con prendas sucias que va sacando de una bolsa. En el pequeño bar que frecuento para tomar café, me quedo a veces sentado a la barra, pensando que entrará por la puerta como si hubiese sido catapultada señalándome con el dedo:
-¿Qué haces aquí? ¡Me has dicho que nos encontraríamos en el banco a las cuatro!
Y ya estamos otra vez con lo mismo.
- Estás muerta- le digo-, no puedes encontrarte con nadie en ningún banco si estás muerta!"
Mientras transcribía estos fragmentos me acordaba de una frase que, alguna vez me dijeron, había sido dicha por Oscar Wilde. (Disculparán la absoluta inexactitud de mi cita). En fin, parece ser que alguna vez Wilde dijo: "No crecemos, sólo aprendemos a comportarnos". Y esto es válido tanto para hombres como para mujeres. Esto también lo sabe Roth y lo narra con el humor necesario como para que uno pueda soportar lo difícil que tal hecho resulta (sin importar el género al que uno pertenezca).
Encontrarme con un personaje como Peter Tarnopol no me decepcionó de los hombres. De hecho, me permitió simpatizar aún más con ellos. Además, el agudo sentido del humor con el que Roth narra el dolor del protagonista me convirtió -casi que inmediatamente- en su cómplice. Constaté además algo que el psicoanálisis ya me había permitido entender desde hace un buen tiempo y es el hecho de que la adultez masculina, al igual que la adultez femenina, están llenas de miedos infantiles. Roth es un escritor cuyo valor, para mí, reside en su valentía para ilustrar nuestras mas vergonzosas cobardías. Además sé que, el hecho de que a los hombres los ataquen profundos miedos infantiles, no anula la posibilidad de que esas otras cualidades que yo tan ansiosamente estaba esperando encontrar en el relato de la vida de un hombre, tales como la Razón, la Serenidad, y el Dominio de Sí, existan en ellos. Al fin y al cabo, ¿ quién podría negar que la literatura no le permite a uno encontrarse con hombres así? Sólo es cuestión de escoger otra novela. ¿No es cierto?
sábado, 18 de abril de 2009
Fragilidad e Infancia

El psicoanálisis, que en otros tiempos incomodó tanto a la Razón y que hoy se atreve a hablarle de frente a la Vanidad, no cesa de decir, en cambio, que es precisamente esa intensa fragilidad la que nos hace humanos.
Por supuesto que, también nos hace humanos, el deseo de abolir por completo la incómoda sensación de vulnerabilidad que va silenciosamente de la mano con la experiencia de sabernos vivos.
¿Por qué? Parece que la respuesta la tienen los bebés. Eso es al menos, lo que Winnicott siempre me dice.
Parece ser que deberíamos aventurarnos hasta ese momento de nuestra vida (justo cuando más frágiles y dependientes del entorno fuimos), para enteder el miedo que nos acosa (como una especie de escalofrío que nos recorre toda la espalda), al percatarnos de que, sin el cuidado que otro (generalmente la madre) nos ofreció, no estaríamos vivos.
¡No estaríamos vivos! Y sin embargo, lo que experimenta el bebé cuando ha sido cuidado y acunado por su madre (aquí de nuevo está Winnicott hablándome al oído) es que, fue él quien tuvo el poder de crear el entorno que lo cuida. Fue él, ¡él! el gran mago creador del mundo.
Parece ser entonces que para comprender los orígenes de ese mago "que nos permite encontrar lo conocido en lo desconocido" tendremos que seguir aventurándonos hacia esos primeros, primerísimos momentos de nuestra existencia.
En su novela Infancia, Coetzee habla, como pocos podrían hacerlo, de lo que significa para un ser humano haber sido un bebé alguna vez. Una experiencia que, todos guardamos en lo más profundo de nuestra mente y que, paradójicamente, nos aterra pero sin la cual no habría podido existir el poder de la magia.
"Es un bebé. Su madre lo levanta, con la cara por delante, y lo sostiene por debajo de los brazos. Sus piernas cuelgan, su cabeza se dobla, está desnudo; pero su madre lo lleva delante de ella, adentrándose en el mundo. Ella no noecesita ver adónde va, solo tiene que seguirlo. Ante él, a medida que ella avanza, todo se petrifica y se hace pedazos. Solo es un bebé con una gran barriga y una cabeza que se ladea, pero possee ese poder.
Se queda dormido."