lunes, 25 de enero de 2010

El secreto del etnógrafo


Fue una combinación casi matemática entre azar y deseo lo que hizo posible que, por un lado, yo conociera este cuento de Borges y que, por otro lado, se quedara grabado en mi memoria como una referencia a la que vuelvo permanentemente.
Esta referencia viene a mi especialmente en esas ocasiones en las que pienso acerca del valor que puede llegar a tener para la vida de una persona estar o haber estado durante varios años en psicoanálisis.
Cuando este cuento llegó a mí por primera vez yo estaba empezando mi propio psicoanálisis. Algo de orden mágico me ocurrió y me sigue ocurriendo cuando leo este relato. En los diálogos de este cuento encontré, convertida en metáfora, una manera precisa y a su vez penetrante de dar a entender el aprendizaje más preciado que, la experiencia de estar en psicoanálisis me ha otorgado.
El Etnógrafo es un cuento sobre el valor que trae consigo la posibilidad de develar un secreto. El psicoanálisis por su parte, es una técnica que nos permite precisamente llegar a estar en la capacidad de revelarnos a nosotros mismos nuestros propios misterios. ¿En qué reside la importancia de esos misterios? ¿Pueden estos misterios ser valiosos en sí mismos sin importar el proceso de búsqueda que nos permitió llegar a ellos?
El tiempo que le he dedicado a mi propio psicoanálisis me ha permitido reconocer que la búsqueda es fundamental para estar en capacidad de comprender el sentido de los secretos que develamos. De hecho, hoy sé que sin ese proceso no habría podido estar en capacidad de comprender los significados de aquellos secretos y misterios que voy descubriendo de mi misma.
A mi manera de ver, en el cuento que ahora voy a transcribir Borges recrea literariamente este hecho esencial acerca del secreto: el hecho de que el significado de todo secreto sólo puede ser comprendido gracias al camino que nos condujo a él. Con esta historia Borges me recuerda que revelación y búsqueda son inseparables: la primera en ausencia de la segunda no puede jamás llegar a estar en capacidad de decirnos algo acerca de nosotros mismos.
A lo largo de los diálogos de este texto, Borges reconoce y por ende, me permite reconocer que, sólo es viable descubrir el significado más profundo de las palabras cuando éstas vienen acompañadas de la propia vivencia.

"El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo a entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.
En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.
- ¿Lo ata su juramento?- preguntó el otro.
- No es ésa mi razón - dijo Murdock -. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? - observaría el otro.
- Nada de eso señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.
Agregó al cabo de una pausa:
- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.
El profesor le dijo con frialdad:
- Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:
- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.
Tal fue en esencia el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale".

2 comentarios:

  1. Puede sonar estúpido pero por eso mismo el hipnotismo no funciona, lo importante no es la solución del problema sino cómo llegamos a ella, si el paciente no està involucrado en la soluciòn de sus problemas, los problemas nunca tendràn soluciòn...

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  2. Así es mi querido Emmanuele. Y no, no suena estúpido. Quizá suene sencillo, pero como dice la canción de salsa que tanto me gusta, lo sencillo de este mundo, siempre es lo más profundo.

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