viernes, 18 de septiembre de 2009

El Sonido y La Furia. Apéndice

Hace ya un par de años que leí el apéndice de la novela El Sonido y La Furia.
Cuando llegué a la parte en la que Faulkner describe a Benjamín tuve la sensación de haber quedado con un dolor sublime e irremediable en mi alma.
No estoy en capacidad de hacer uso de las palabras para traducir aquello que siento cuando leo esta caracterización faulkneriana de un ser humano...

De hecho, dudo poder llegar a estar en capacidad de hacerlo algún día...

" BENJAMÍN: Al nacer se le puso el nombre de Maury, que era el del único hermano de su madre. Era este último un solterón apuesto, deslumbrador, fanfarrón, haragán, que pedía dinero prestado a casi todo el mundo, incluso a Dilsey, aunque esta fuese negra, y que cuando sacaba la mano del bolsillo en que había metido el dinero que Dilsey le había dado, le decía que no solo era ella a sus ojos igual que un miembro de la familia, sino que cualquier persona la consideraría como una dama por derecho propio. Llegó un día que hasta la misma madre se dio cuenta del hijo que tenía, e insistió, llorando, en que era preciso que cambiase de nombre. Entonces Quentin, el mayor de los hermanos, volvió a rebautizarlo con el de Benjamín. (Benjamín, el más pequeño de nosotros, vendido en Egipto).

Tres cosas amaba Benjamín, a saber: los terrenos de pastos, que se vendieron para pagar la boda de Candace y para enviar a Quentin a Harvard, su hermana Candace, y el resplandor de fuego del hogar. Benjamin no perdió ninguna de las tres cosas porque no se acordaba de su hermana, salvo de haberla perdido, y el fuego del hogar seguía teniendo la misma forma brillante que cuando se dormía, y los terrenos de pasto le resultaban aún mejor después de vendidos que antes, porque él y T.P. no solo podían ahora seguir a lo largo de la cerca, sin apremios de tiempo, los movimientos pendulares de los palos de golf de unos seres humanos, cosa esta que le tenía sin cuidado, sino que T.P. podía dirigirse con él a los matojos de césped o de hierbas, de los que T.P. sacaba de pronto en su mano unas bolitas blancas que competían, e incluso vencían, a la gravedad, cosa que él no sabía qué era, y a todas las leyes inmutables, cuando salían disparadas de la mano hacia el suelo entarimado o hacia la pared del ahumadero de carnes, o al paseo lateral del cemento. Castrado en 1913. Entregado al Asilo del Estado, en Jackson, en 1933. Tampoco entonces perdió nada porque, lo mismo que le ocurrió con su hermana, no se acordaba de los campos de pastos, sino del haberlos perdido, y el resplandor del fuego del hogar seguía teniendo la misma forma brillante de ensueño".

W. Faulkner. El Sonido y la Furia.