jueves, 25 de febrero de 2010

Suplantador Oficial

Ser uno mismo... quizá una de las aspiraciones más difíciles de lograr.
Ser auténtico, ser espontáneo, no necesitar fingir que se es otro. Estar por lo menos en capacidad de reconocer aquello de nosotros que es impostura y aquello que es genuino. ¿Cómo lograrlo si en tantas ocasiones la suplantación se hace pasar ante nosotros mismos como autenticidad?
A través del concepto enunciado por Winnicott de falso self , el psicoanálisis ha entendido que el proceso de construcción de la personalidad puede tender hacia la manifestación y el desarrollo de lo que somos, o hacia la construcción de una forma (o de unas formas) de ser y de actuar que, en la medida en que se consolida con el fin de "ajustarse" a ciertas necesidades externas, termina convirtiéndose en una especie de falsa identidad del verdadero ser del sujeto. Pienso que, probablemente, lo más doloroso de este proceso resulta del descuido y de la negación de las propias necesidades internas que tiene que hacer el sujeto para construir esta falsa identidad. De esta manera, la noción de falso self se nos presenta entonces como suplantación de algo verdadero que queda escondido y vedado para los demás, pero sobre todo para el sujeto mismo; y, es precisamente por esta razón que lo percibo como un proceso cargado de dolor, de un dolor silencioso y silenciado por la renuncia a aquellos elementos o a aquellas partes más genuinas del propio ser.
Leyendo el Otoño del Patriarca me encontré con un diálogo que me hizo pensar en esta camaleónica y traicionera capacidad que poseemos para convertirnos en alguien que no somos. El diálogo al que hago referencia se da entre el Patriarca y Patricio Aragonés. Patricio Aragonés, nos relata García Márquez, fue durante varios años el suplantador oficial del patriarca, fue, en otras palabras, el que se vio obligado a renunciar a su propia identidad en aras de proteger la existencia del patriarca.
Transcribo fragmentos escogidos de ese diálogo y, admito que, entre más lo leo, más asombro me produce la manera como García Márquez me confronta, por medio del humor negro y de la rebeldía agónica de Patricio Aragonés, con el dolor que implica la renuncia o incluso la muerte de ese otro ser verdadero que nos habita y al que más de una vez terminamos asesinando, ingenua o maliciosamente.

(...) pero él no dio ninguna orden contra el suplantador, sino que había pedido que lo llevaran en secreto a la casa presidencial con la cabeza metida en un talego de fique para que no fueran a confundirlo, y entonces padeció la humillación de verse a sí mismo en semejante estado de igualdad, carajo, si este hombre soy yo, dijo, porque era en realidad como si lo fuera, salvo por la autoridad de la voz, que el otro no logró imitar nunca (...) y si no lo hizo fusilar en el acto no fue por el interés de mantenerlo como suplantador oficial, pues esto se le ocurrió más tarde, sino porque lo inquietó la ilusión de que las cifras de su propio destino estuvieran escritas en la mano del impostor. Cuando se convenció de la vanidad de aquel sueño ya Patricio Aragonés había sobrevivido impasible a seis atentados, había adquirido la costumbre de arrastrar los pies aplanados a golpes de mazo, le zumbaban los oídos y le cantaba la potra en las madrugadas de invierno (...) y de bromista y lenguaraz que había sido cuando soplaba botellas en la carquesa de su padre se volvió meditativo y sombrío y no ponía atención a lo que le decían sino que escudriñaba la penumbra de los ojos para adivinar lo que no le decían (...) y de holgazán y vividor que había sido en el negocio de vender milagros se volvió diligente hasta el tormento y caminador implacable, se volvió tacaño y rapaz, se resignó a amar por asalto y a dormir en el suelo, vestido, bocabajo y sin almohada, y renunció a sus ínfulas precoces de identidad propia.
(...) la noche en que entró en el cuarto de Patricio Aragonés y lo encontró enfrentado con las urgencias de la muerte, sin remedio, sin ninguna esperanza de sobrevivir al veneno, y él lo saludó desde la puerta con la mano extendida, Dios te salve, macho, grande honor es morir por la patria. Lo acompañó en la lenta agonía, los dos solos en el cuarto, dándole con su mano las cucharadas de alivio para el dolor, y Patricio Aragonés las tomaba sin gratitud diciéndole entre cada cucharada que ahí lo dejo por poco tiempo con su mundo de mierda mi general porque el corazón me dice que nos vamos a ver muy pronto en los profundos infiernos, yo más torcido que un lebranche con este veneno y usted con la cabeza en la mano buscando dónde ponerla, dicho sea sin el menor respeto mi general, pues ahora le puedo decir que nunca lo he querido como usted se imagina sino que desde las témporas de los filibusteros en que tuve la mala desgracia de caer en sus dominios estoy rogando que lo maten aunque sea de buena manera para que me pague esta vida de huérfano que me ha dado, primero aplanándome las patas con manos de pilón para que se me volvieran de sonámbulo como las suyas, después atravesándome las criadillas con leznas de zapatero para que se me formara la potra, después poniéndome a beber trementina para que se me olvidara leer y escribir con tanto trabajo como le costó a mi madre enseñarme, y siempre obligándome a hacer los oficios públicos que usted no se atreve, y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice sino porque al más bragado se le hiela el culo coronando a una puta de la belleza sin saber por dónde le va a tronar la muerte, dicho sea sin el menor respeto mi general, pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y te di lo que nadie le ha dado a nadie en este mundo hasta prestarte mis propias mujeres (...) y entonces él empezó a bramar que te calles, carajo, que te calles o te va a costar caro, pero Patricio Aragonés siguió diciendo sin la menor intención de burla que para qué me voy a callar si lo más que puede hacer es matarme y ya me está matando.
(...) aproveche ahora que me estoy muriendo para morirse conmigo, nadie tiene más criterio que yo para decírselo porque nunca tuve la pretensión de parecerme a nadie ni menos ser un prócer de la patria sino un triste soplador de vidrios para hacer botellas como mi padre, atrévase, mi general, no duele tanto como parece, y se lo dijo con un aire de tan serena verdad que a él no le alcanzó la rabia para contestar sino que trató de sostenerlo en la silla cuando vio que empezaba a torcerse y se agarraba las tripas con las manos y sollozaba con lágrimas de dolor y vergüenza que qué pena mi general pero me estoy cagando, y él creyó que lo decía en sentido figurado queriéndole decir que se estaba muriendo de miedo, pero Patricio Aragonés le contestó que no, quiero decir cagándome cagándome mi general y él alcanzó a suplicarle que te aguantes Patricio Aragonés, aguántate, los generales de la patria tenemos que morir como los hombres aunque nos cueste la vida, pero lo dijo demasiado tarde porque Patricio Aragonés se fue de bruces y le cayó encima pataleando de miedo y ensopado de mierda y de lágrimas.