domingo, 28 de noviembre de 2010

Entre la vida y la palabra

Cuando leo a Faulkner me invade la sensación de que a lo largo de toda su escritura la palabra es fiel a la vida misma y no a la intención de relatarla. Gracias a su asombrosa maestría Faulkner me lleva, siempre e inevitablemente, hasta ese lugar en el que coexisten simultáneamente sensaciones, intenciones, emociones, vivencias y recuerdos que se entrelazan en un continuo devenir.  
Quizá por esta lealtad al intento de plasmar la vida misma, Faulkner tiene la capacidad de evidenciar aquellos usos del lenguaje que instauran una división brutal entre la vida y la palabra. Hay ocasiones en las que el lenguaje, en vez de ser ese instrumento poderoso capaz de asir los mas hondos misterios de nuestra propia existencia, se convierte en cambio en una especie de afrenta que trae consigo una inmensa sensación de vacuidad.  La brecha que puede llegar a separar a la palabra de su verdadero significado, es decir la grieta que a veces existe entre el lenguaje y el sentido real que éste debería ostentar para el alma humana, es magníficamente plasmada por Faulkner en el monólogo de Addie en su novela Mientras Agonizo.  
El monólogo de Addie me permitió comprender cuál es el motivo que echa a andar no sólo a los personajes sino a la trama misma de esta novela.   Lo que me resulta intensamente conmovedor en el estilo de Faulkner es que él no busca que el relato acerca de lo que les ocurre a los hijos y al esposo de Addie en su travesía hacia Jackson  se convierta en una historia coherente y comprensible.  Faulkner se compromete ante todo con la intención de plasmar los pensamientos y las emociones que cada uno de ellos tiene a lo largo de este viaje mortuorio hacia Jackson.   Al otorgarles voz a su personajes, Faulkner es un incontestable cómplice del alma humana.  Un cómplice cuyos escritos se convierten en legados que evidencian las impetuosas corrientes que muchas veces agitan nuestra existencia.  Así, el alma, siempre fiel a sí misma, queda plasmada a través de la palabra de manera honesta, aturdidora, sagaz, amoral, compleja e instintiva.  
Transcribo fragmentos del monólogo de Addie en el que esta mujer logra delatar, con esa misma honestidad y sagacidad a la que acabo de hacer referencia, las grietas que muchas veces se instauran entre la vida y la palabra.
   
Cuando el niño nació, comprendí que la palabra "maternidad" ha tenido que ser inventada por alguien que, por lo que fuera, la precisaba para el caso; y que a los que de verdad han tenido hijos, nunca se les ha podido ocurrir preocuparse de si esa palabra existía o dejaba de existir.  Comprendí que la palabra "miedo" ha tenido que ser inventada por alguien que jamás lo ha pasado, y la palabra "orgullo" por alguien que nunca lo ha sentido
(...) También él tenía una palabra.  Amor, como solía decir.  ¡Pero estaba yo tan harta de palabras! Yo bien sabía que era como todas las otras cosas: ni más ni menos que un roto para un descosido; que, llegada la hora de la verdad, de tan poco os sirve esa palabra como las demás, ya sean "orgullo" o "miedo"
(...) Así que cuando Cora Tull vino a decirme que yo no era una madre como es debido, pensé que las palabras ascienden derechas como una tenue línea, ligera e inofensiva, mientras que los hechos se arrastran horriblemente pegados al suelo, de forma y manera que, al poco rato, no hay modo de pisar a un tiempo esas dos líneas por mucho que uno se espatarre.  Y también que pecado, amor y miedo no son sino palabras que quienes ni pecaron, ni amaron, ni temieron jamás utilizan para eso que no tienen ni tendrán, hasta que se olviden de las dichosas palabras.
Me reconvenía Cora por lo que les debía yo a mis hijos, a Anse y a Dios.  He sido yo quien le ha dado a Anse los hijos.  Yo no los he pedido.  Por no pedir, ni  siquiera le he pedido lo único que de verdad podía darme: lo que no fuese él
(...) Y después murió.  No sabía que estaba muerto.  Yo me acostaba a su lado en medio de la oscuridad, oyendo a la tierra oscura que ensalzaba el amor de Dios y su belleza y su pecado; oyendo la oscura mudez en que las palabras son los hechos, y oyendo también esas otras palabras que no son hechos, que son solo los huecos de lo que le falta a la gente, y que nos caen desde lo alto como los graznidos de los patos, como esos gritos que descendían desde la salvaje oscuridad en las noches terribles de antaño, balbuciendo torpemente en busca de los hechos, como huérfanos a los que se les indicasen dos rostros en  medio de una multitud y se les dijera: "Aquel es tu padre; aquella, tu madre".

lunes, 18 de octubre de 2010

Ansiedades femeninas

El psicoanálisis ha sido una disciplina que se ha interesado por descubrir las implicaciones mentales que trae consigo el hecho de haber nacido con un cuerpo de hombre o con uno de mujer.  Al hacerlo, se ha preocupado también por develar aquellas fantasías que el cuerpo del sexo opuesto despierta en nuestra mente.
El pionero en este tema fue Freud, por supuesto.   Con la descripción de la etapa fálica y de las ansiedades ocasionadas por el Complejo de Edipo nos permitió empezar a vislumbrar que, en determinado momento del desarrollo no existe para el niño, al menos no de manera manifiesta, la concepción del cuerpo de la mujer como un cuerpo esencialmente diferente al masculino, sino como un cuerpo "castrado" es decir, como un cuerpo al que le quitaron el pene.   
Al evidenciar este tipo de fantasías Freud permtió vislumbrar no sólo algo sobre la sexualidad masculina sino también sobre la femenina, en el sentido en que descubrió que las niñas tienen, a su vez, fantasías que se reúnen bajo el amplio espectro de lo que se conoce con el nombre de complejo de castración.  Tales fantasías develaron que, durante ciertas etapas de su desarrollo psicosexual, las niñas se viven a ellas mismas y a sus madres como seres castrados, es decir como seres a los que les falta lo que el otro sexo sí tiene y no como mujeres con un cuerpo diferente y diferenciado del cuerpo del hombre.
Personalmente, desde la primera vez que supe de la existencia de estas fantasías sexuales infantiles me pareció extremadamente interesante este territorio, descubierto por Freud, en el que se entrecruzan geografías anatómicas y cartografías inconscientes.  Sin embargo, sentí también que, aunque Freud había estado en capacidad de descubrir un territorio esencial de la mente humana, no había podido trazar el mapa que me llevara hacia algo mío, algo íntimo que se escondía entre mis piernas.  
Recrear la posibilidad de haber llegado a experimentar mi propio complejo de castración no me resultaba extraño.  De hecho, puedo recordar nítidamente un momento de mi vida en el que fantaseé con tener un pene, y sin embargo algo aterrador, inconmensurablemente angustioso acerca de mi propia sexualidad no quedaba expuesto, ni salía a la luz con estas recreaciones freudianas.
Unos años después tuve la fortuna de encontrarme con los trabajos de Melanie Klein.  Fue realmente un alivio oír una voz que por fin me hablara del temor que todas aquellas zonas ocultas de mi cuerpo podían llegar a producirme.   Partes de mi cuerpo que, a diferencia del cuerpo del hombre, yo no podía ver ni mucho menos sentir con la vigorosidad que deben sentir los niños sus órganos sexuales cuando atraviesan esta etapa de ansiedades edípicas.  
Con su trabajo clínico, Melanie Klein rescató mis entrañas y al hacerlo me rescató de mis entrañas.  Volvió fantasías psíquicas inconscientes temores que yo sentía en una parte tan oculta de mi cuerpo, que casi parecerían temores insubstanciales.  Sus investigaciones me permitieron vislumbrar un terreno realmente escondido hasta entonces respecto a la cartografía femenina.  Esta psicoanalista, sin negar la existencia de temores tales como los descritos por Freud, enfatizó que, a diferencia de lo que pensaba el padre del psicoanálisis, el gran temor femenino no residía en la fantasía de ser seres castrados sino en la posibilidad de llegar a tener un cuerpo dañado, un interior malo en el que se gestarían seres monstruosos o, quizá peor aún, un interior árido, infértil.  
Klein subrayó además otro hecho que, a mi manera de sentir (y no de ver), resulta absolutamente fundamental cuando queremos adentrarnos en las profundidades de las angustias femeninas: este temor, el temor de tener un interior dañado no puede ser aliviado mediante "la prueba de realidad anatómica".  A diferencia del niño, que puede ver su pene y al hacerlo constatar que su fantasía de ser castrado por el padre no ha tenido lugar en la realidad, la anatomía de la niña en cambio, no le deja otra alternativa que la de confiar en que este daño no ha tenido lugar en la realidad.  De hecho, es posible que muchas mujeres sientan que debieron esperar hasta tener un cuerpo adulto para tranquilizarse respecto al temor que pudieron llegar a causarles los contenidos de sus propias fantasías edípicas infantiles.  Y, si llevamos esta consideración hasta el extremo, (algo que no es difícil cuando nos vamos de la mano con Klein) la niña (mujer) sólo tendrá "una prueba de realidad" que contrarreste sus temores edípicos, en el momento en que haya gestado un bebé sano.
Desde que me cautivé con este terreno de intersección entre anatomía y fantasía psíquica he oído la voz de hombres y mujeres que me orientan en este territorio tan complejo: lugar de tantas convergencias y divergencias.  Hoy, transcribo la voz de Roth, un hombre que, gracias al espléndido sentido del humor con el que narra las angustias de Susan, una mujer mayor de treinta años y temerosa de dar a luz a "un monstruo", me ha permitido volver a recrear vívidamente algunas de las ansiedades femeninas que palpitan al interior mío.   He de admitir que mientras transcribía este fragmento me resultó estimulante constatar que Roth me estaba haciendo reír ¡y con cojones! de este temor tan macho que a veces siento de ser mujer.
      
El absurdo matrimonio de Susan con un graduado de Princeton había sido aún más corto que el mío, y también sin hijos, y ahora ella quería formar una familia antes de que fuera « demasiado tarde ».  Tenía más de treinta años y le preocupaba tener un hijo mongólico.  No supe cuánto le asustaba la idea hasta que un día, por accidente, encontré escondidos un montón de libros de biología de segunda mano que, al parecer, había adquirido en una librería de la Cuarta avenida.  Estaban guardados en una caja de cartón llena hasta arriba, en el suelo de la despensa, donde yo había entrado una mañana para coger una lata de café, cuando Susan estaba en el consultorio de su psicoanalista (...)
El capítulo sexto de la obra de Montagu, « Efectos ambientales sobre el desarrollo del embrión en el útero », estaba muy subrayado con lápiz negro (...) « Los estudios sobre el desarrollo reproductivo de la mujer señalan que, desde un punto de vista general, el período óptimo durante el cual puede encarar el proceso de la reproducción se exteinde, por término medio , de los veintiún años hasta los veintiséis, aproximadamente (...) A partir de los treinta y cinco se aprecia un brusco aumento del número de niños que nacen con defectos, sobre todo del tipo conocido como "mongólico"... En el mongolismo tenemos el trágico ejemplo de lo que puede ocurrir con un sistema genético debidamente sano al ser introducido en un entorno inadecuado, con la consiguiente alteración del desarrollo del embrión ».  Si no era Susan quien había subrayado aquellos pasajes, era ella quien había anotado al margen, con su letra redondeada e infantil, las palabras « un ambiente inadecuado ».
En toda la página solo había un párrafo sobre los niños mongólicos que no apareciese enmarcado y subrayado con lápiz negro.  No obstante, a su modo simple y eficaz ofrecía pruebas de haber sido leído con no menor desesperación.  
(...) Después de casi una hora hojeando estos libros en el suelo de la despensa, volví a guardarlos en la caja, y cuando esa noche vi a Susan no le hablé de ellos.  No hablé de ellos con ella, pero desde entonces me acosó la imagen de Susan comprando y leyendo esos libros tanto como a ella le acosaba el temor de dar a luz a un monstruo.


Philip Roth.
Mi vida como hombre.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El gesto amoroso


¿Por qué se llama Amor? Esa fue la pregunta que quedó rondando en mi mente después de haber terminado de leer el cuento de Clarice Lispector que lleva por título este nombre.  Este es un relato acerca de cómo transcurre un día en la vida de Ana.  Ana es una mujer casada, cariñosa con su esposo y con sus hijos y solícita en las tareas del hogar.   Justo en esa hora en que la tarde se vuelve más peligrosa, sale de su casa a comprar los ingredientes para la cena de la noche.   De camino a casa se siente inesperadamente atraída por la presencia de un ciego, y esa presencia la termina arrastrando hacia el Jardín Botánico de su ciudad.  Allí, en el Jardín Botánico, se ve irremediablemente presa de una experiencia reveladora acerca de su propia naturaleza.  En ese momento Ana reconoce la fuerza estremecedora de las pulsiones que la habitan.  ¿Qué hacer con esta revelación salvaje acerca de su propia naturaleza? Y ¿Cómo continuar, después de un hallazgo de esta magnitud, con su vida doméstica?  Al  final de este cuento Clarice Lispector me permitió intuir razones o inventar pretextos para darle un sentido al título de este cuento. Ana siente miedo (incluso me atrevería a decir que llega a sentir terror) después de regresar del Jardín Botánico.  Vuelve tan asustada como para imaginar incluso que, de ser un abejorro volando cerca de la estufa, toda la casa ardería en fuego.
Esa noche, después de haber cumplido con la rutina de la cotidianidad, sale corriendo hacia la cocina donde se sobresalta al chocar con su esposo.  Fue en este momento preciso, cuando Clarice Lispector relata este choque entre Ana y su esposo, que presencié el gesto que conviritió al amor en el verdadero protagonista de Amor: el esposo no le pregunta nada, tan sólo la siente, la mira, lee su sobresalto y descifra su miedo.  ¿Qué ocurre entonces?  Se produce el gesto amoroso: esa forma de comunicación mediante la cual le expresamos a otro ser humano, sin necesidad de palabras, no sólo que lo hemos comprendido sino también, y esto es lo más importante de esta clase de gestos, que estamos dispuestos a acogerlo en su totalidad.  El esposo toma de la mano a Ana y la lleva a la cama, no sin antes hacerle saber que, también sobre él puede recaer parte del miedo que le produjo a ella el haberse sabido viva... intensamente viva.


Estoy con miedo, se dijo, sola en la sala.  Se levantó y fue a la cocina a ayudar a la sirvienta a preparar la comida.
Pero la vida la estremecía, como un frío (...)  Llevando el florero para cambiar el agua sintió el horror de la flor entregándose lánguida y asquerosa en sus manos (...) Caminaba de un lado a otro en la cocina, cortando los filetes, batiendo la crema (...) Una noche en que la piedad era tan cruda como el mal amor.  Entre los dos senos corría el sudor.  La fe se quebrantaba, el calor del horno ardía en sus ojos.
(...) Finalmente, después de la comida, la primera brisa más fresca entró por las ventanas.  Ellos rodeaban la mesa, en familia.  Cansados del día, felices al no discutir, bien dispuestos a no ver defectos.  Se reían de todo, con el corazón bondadoso y humano.  Y como una mariposa, Ana sujetó el instante entre los dedos antes de que desapareciera para siempre.
Después, cuando todos se fueron y los chicos estaban acostados, se convirtió en una mujer tosca que miraba por la ventana.  La ciudad estaba adormecida y caliente.  Y lo que el ciego había desencadenado, ¿cabría en sus días? (...) Pero con una maldad de amante, parecía aceptar que de la flor saliera el mosquito, que las victorias regias flotasen en la oscuridad del lago.  El ciego pendía entre los frutos del Jardín Botánico.
¡Si ella fuera un abejorro de la estufa, el fuego ya habría abrasado toda la casa!, pensó corriendo hacia la cocina y tropezando con su marido frente al café derramado.
- Qué fue? - gritó vibrando toda ella.
Él se asustó con el miedo de la mujer.  Y de repente rió entendiendo:
- No fue nada - dijo - soy un descuidado.
Él parecía cansado, con ojeras.
Pero ante el extraño rostro de Ana, la obersvó con mayor atención.  Después la atrajo hacia sí, en rápido abrazo.
- ¡No quiero que te suceda nada, nunca! -dijo ella.
-Deja que por lo menos me suceda que la estufa explote - respondió él, sonriendo.
Ella continuó sin fuerza en sus brazos.  Ese día, en la tarde, algo tranquilo había estallado, y en toda la casa había un clima humorístico, triste.
- Es hora de dormir - dijo él-, es tarde.
En un gesto que no era el suyo, pero que le pareció natural, tomó la mano de la mujer llevándola consigo sin mirar hacia atrás, alejándola del peligro de vivir.
Había terminado el vértigo de la bondad.
Y, si había atravesado el amor y su infierno, ahora se peinaba frente al espejo, por un momento sin ningún mundo en el corazón.  Antes de acostarse, como si apagara una vela, sopló la pequeña llama del día.


Amor.
Clarice Lispector

sábado, 18 de septiembre de 2010

La belleza: esa danza irreverente entre amor y odio



" Lo bello siempre es bizarro".  Esta contundente declaración de Baudelaire llegó a mí sin buscarla, hace quizá ya cinco años.  Llegó inesperadamente como nos llega aquello que termina siendo misteriosamente revelador en la vida.  Me encontró en una tienda de postales y allí me enigmatizó (hoy me concedo esta invención linguística).  Sé también que, cuando decidí comprarla, no alcanzaba ni a imaginar hasta qué punto esta frase llegaría a convertirse para mí en refugio e intemperie.  Escogí llevarla conmigo junto con otras postales y sólo ahora puedo ver con claridad que decidí ponerla en un lugar encubiertamente privilegiado de mi escritorio.  Desde entonces se la pasa conmigo, en algún lugar invisiblemente expuesto o escondidamente visible ... sigue ahí rondando con las cosas mías: inspiradora y absolutamente confusa para mí.
Por esa misma época encontré de una manera tan azarosa como sólo el destino puede permitírmelo un texto de Meltzer.  En ese texto Meltzer expone ideas fundamentales acerca de aquello que nos acontece psíquicamente cuando experimentamos un verdadero encuentro con la belleza.  Meltzer me permitió entender que «las experiencias emocionales más importantes, aquellas que contribuyen al desarrollo de la mente son las de orden apasionado, donde el amor, el odio y la sed de verdad son mantenidos en integración y no escindidos en objetos separados».  En cuanto se refiere a los verdaderos encuentros con la belleza,  Meltzer me permitió entrever que, amor y odio no se enfrentan, coexisten en una danza irreverente e incesante.
Hace dos semanas, y casi cinco años después de que esta frase de Baudelaire, estas ideas de Meltzer y yo nos encontráramos (re) descubrí Amor, un cuento de Clarice Lispector. Sé que para haber tenido la capacidad de oír, de manera tan nítida el eco que hoy oigo entre Baudelaire, Meltzer y este cuento de Lispector (del cual sólo transcribo algunos fragmentos) necesité no sólo de tiempo sino también de encuentros colmados de belleza.  Hoy sé que esos encuentros han tenido la capacidad de invitarme a sentirme y a reconocerme con mayor intuición y agudeza.  
Hace dos semanas este cuento me hizo oír un eco diáfano.  Hoy, mientras pienso en ese eco que oí, he vuelto a recordar ese momento de mi vida, hace cinco años, en el que empecé a preguntarme acerca de la belleza.  ¿Qué sentimos cuando lo bello nos invade?  ¿Por qué esos instantes o esas ráfagas en las que tenemos un contacto con la belleza lo remueven todo, profunda y delicadamente, y de una manera tan atroz y contundente?
La protagonista de este cuento es una mujer que, gracias a la fatalidad de quedarse viendo a un ciego en el trayecto hacia su casa termina cambiando de rumbo súbitamente, dirigiéndose arrastrada, por fuerzas que ella misma desconoce, hasta el interior del Jardín Botánico de su ciudad.  Este acto, el " acto gratuito" de haber llegado hasta ese Jardín hace que todo en ella se remueva, dulce y atrozmente.

Todo el Jardín era triturado por los instantes ya más apresurados de la tarde (...) Todo era extraño, demasiado suave, demasiado grande (...) Y de pronto, con malestar, le pareció haber caído en una emboscada.  En el Jardín se hacía un trabajo secreto que ella empezaba a advertir.
En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel.  En el suelo había carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos.  El banco estaba manchado de jugos violetas.  En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de una araña.  La crudeza del mundo era tranquila.  El asesinato era profundo.  Y la muerte no era aquello que pensábamos.  
Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comérselo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes.  Los troncos eran recorridos por parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado.  Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y al mismo tiempo se sentía fascinada.  Los árboles estaban cargados, el mundo era tan rico que se pudría (...) La moral del Jardín era otra.  Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias regias flotaban, monstruosas (...) La descomposición era profunda, perfumada (...) El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno.
(...) Ya no sabía si estaba del otro lado del ciego o de las espesas plantas.  El hombre poco a poco se había distanciado y, torturada, ella parecía haber pasado para el lado de los que le habían herido los ojos.  El Jardín Botánico, tranquilo y alto, la revelaba.  Con horror descubría que pertenecía a la parte fuerte del mundo (...) Un ciego me llevó hasta lo peor de mí misma, pensó espantada (...) ¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.
Clarice Lispector.
Amor.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Sin decir palabra


Hay momentos en los que me es difícil encontrar palabras.  Sé que ha habido momentos en los que lo más significativo lo he expresado y me ha sido expresado sin palabras.  Y también he tenido ciertos momentos en los que las palabras que dije o que me dijeron fueron dichas sólo para entablar ese otro diálogo, ese diálogo fundamental, definitorio, que pudo ser comunicado precisamente porque fue dicho sin palabras.  
Hace poco volví a leer Mientras Agonizo.  En esta novela Faulkner volvió a llevarme, con la maestría fiera y salvaje de su escritura, a momentos donde se resalta la fuerza contundente de todos esos diálogos inapelables que muchas veces sólo podemos entablar sin decir palabra.  

(...) Y recogíamos los copos de algodón, camino de la sombra secreta, y nuestros ojos se hundían los unos en los del otro, al tocarse mis manos y sus manos, y yo sin decir nada.  Yo dije: "Qué estás haciendo?" Y él dijo: "Estoy echando los copos en tu talega". Y de esta manera estuvo llena cuando llegamos al final del liño, y yo no pude remediarlo.

Y así ocurrió que yo no pude remediarlo.  Ocurrió entonces, y entonces yo vi a Darl y vi que se había dado cuenta.  Dijo que lo sabía sin decir palabra, igual que si dijera que madre se estaba muriendo: sin decir palabra; y supe que él lo sabía, porque si él lo hubiera dicho con palabras, yo no me hubiera creído que él había estado allí ni que nos viera.  Pero él dijo que lo sabía, y yo dije: " Es que vas a contárselo a padre, es que quieres matarle?"  Sin decir palabras lo dije, y él dijo: "¿Por qué?", sin decir palabra.  Y por eso puedo hablarle, pues le conozco y le odio, porque él lo sabe.
Está en la puerta mirándola.
- Qué es lo que quieres, Darl? - digo.
- Se está muriendo - dice -. Y esa vieja zopilote de Tull viene a verla morir; pero yo me las entenderé con ellos.
- ¿Cuándo va a morirse? - le digo.
- Antes que volvamos- dice él.
- Entonces, ¿ por qué te llevas a Jewel?- le digo.
- Le necesito para que me ayude a cargar.

William Faulkner. 
Mientras Agonizo

viernes, 9 de julio de 2010

Sóngoro Cosongo


¿Qué ocurriría si nos permitiéramos pensar que, tal como lo propone Coetzee a través del protagonista de su novela Desgracia, en la canción pudiéramos encontrar los orígenes del habla?
"Antiguo profesor de lenguas modernas, desde que se fusionaron los departamentos de Lenguas Clásicas y Modernas por la gran reforma llevada a cabo años antes, es profesor adjunto de Comunicaciones (...) Este año imparte un curso sobre los poetas románticos. Durante el resto de su tiempo da clase de Comunicaciones 101, " Fundamentos de comunicación", y de Comunicaciones 102, "Conocimientos avanzados de comunicación".
Si bien diariamente dedica horas y horas a su nueva disciplina, la premisa elemental de esta, tal como queda enunciada en el manual de Comunicaciones 101, se le antoja absurda: " La sociedad humana ha creado el lenguaje con la finalidad de que podamos comunicarnos unos a otros nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones". Su opinión, por más que no la airee, es que el origen del habla radica en la canción, y el origen de la canción, en la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humana".

Para mí, esta reflexión que nos propone Coetzee está cargada de un profundo sentido emocional. El sonido de la palabra como expresión de una intención esencial que busca llenar la inmensidad y el vacío del alma humana; balbucear para transformar el silencio de la ausencia en una melodía que acompaña, crear música con las palabras, inventar la poesía para hacer de la espera un ritmo que mece y una canción que acuna.

Cuando leo cierta poesía africana o cierta poesía con raíces africanas siento resonar un pálpito que me recuerda, por medio de una sonoridad atávica, que el habla y la canción han estado, para fortuna del alma humana, íntimamente ligados desde sus orígenes.

Seguramente esta poesía de Nicolás Guillén ( y la canción que de ésta se hizo ) expresen aún mejor lo que he querido subrayar acerca de la intención emocional que ostenta, de manera casi imperceptible, la palabra.


SÓNGORO COSONGO
(Nicolás Guillén)

¡Ah, ah!
Ay, negra, si tú supieras…
Anoche te vi pasar,
y no quise que me vieras.
A él, tú le harás como a mí,
que cuando no tuve plata,
te corrite de bachata,
sin acordarte de mí.
Sóngoro cosongo songo-bé
sóngoro cosongo de mamey,
sóngoro, la negra baila bien,
sóngoro de uno,
sóngoro de tres.
¡Aé, venga a ver!
¡Aé, vamos pa’ver!
vengan, sóngoro cosongo,
sóngoro cosongo de mamey.
Sóngoro cosongo songo-bé
sóngoro cosongo de mamey,
sóngoro, la negra baila bien,
sóngoro de uno,
sóngoro de tres.
¡Aé, venga a ver!
¡Aé, vamos pa’ver!
vengan, sóngoro cosongo,
sóngoro cosongo
de mamey.

Para seguir llenando la inmensidad, aquí está Héctor Lavoe cantando espléndidamente esta poesía: http://www.youtube.com/watch?v=9o3-WW9wPLA

viernes, 18 de junio de 2010

La ilusión a pesar de la desilusión

Cuando en mi vida aparece la desilusión suelo renegar de mi propia capacidad para ilusionarme. En esos momentos me enfurece sobre todo ser testigo de la manera como una cierta insensatez en mi forma de vivir la vida queda puesta al descubierto.
Así es, lidio mal con la desilusión. Cuando ésta hace presencia siento con terquedad el anhelo de desentenderme definitivamente de ciertas realidades y de este modo, de no tener que verme nunca más ni con el dolor de aceptarlas, ni con el amargo desazón de reconocer aquello de irreal o de fantasioso que puede tener consigo toda ilusión.
Sin embargo últimamente la rabia que sentía ante la realidad, esa institutriz infame encargada de ponerle límites y perentoriedad a muchas de mis ilusiones, ha cedido y me ha permitido entender que ésta no es más que una mensajera austera que sólo cumple con la fastidiosa función de anunciarme que ha llegado el momento de aceptar que, muchas veces, la vida no tiene dentro de sus planes el de seguir juiciosamente aquellos que yo con tanto entusiasmo le había trazado.
Creo que una vez reconocida, no sólo la posibilidad sino la inminencia de la desilusión, he tenido sin saberlo, la necesidad de volver a reconocer que pese al hecho innegable de que la desilusión existe, la ilusión está dotada de un profundo valor emocional para la vida del alma humana. Alguna vez, en uno de sus tantos escritos sobre este tema Winnicott me susurró al oído unas palabras que afortunadamente no olvido nunca, aunque tampoco he podido recordar textualmente. Este psicoanalista me dio a entender, palabras más palabras menos que, "el valor de la ilusión reside en que gracias a ella podemos llegar a aceptar la desilusión".
Un tiempo después de haber guardado sigilosamente estas palabras en mi mente, como si se tratara de uno de esos grandes tesoros que los piratas guardan en un baúl secreto, leí de nuevo El Coronel No Tiene Quien le Escriba. La leí sin saber, por supuesto, que iba a encontrarme con un diálogo tan vital en medio de esa espera casi agónica del Coronel:

" A veces pienso que ese animal va a hablar", dijo la mujer. El coronel volvió a mirarlo.
- Es un gallo contante y sonante - dijo. Hizo cálculos mientras sorbía una cucharada de mazamorra-. Nos dará para comer tres años.
- La ilusión no se come - dijo la mujer.
- No se come, pero alimenta -replicó el coronel-".

En ese diálogo está puesto en palabras aquello que buscaba discernir acerca del papel esencial que tienen las ilusiones humanas. No tengo absolutamente nada más que agregar ni a lo que García Márquez ni a lo que Donald Winnicott expresaron (cada uno desde sus propios lenguajes) de forma tan clara y contundente acerca del valor que la ilusión tiene a lo largo de nuestra caprichosa y quizá insensata existencia humana.

viernes, 23 de abril de 2010

Un homenaje al Lenguaje


" - Lo diré por milésima vez: utilicé la expresión hacerse humo porque era eso lo que quería decir. Mi padre fue tabernero, pero insistía en la precisión de mi lenguaje, y yo le hice caso. Las palabras tienen significados, como sabía incluso mi padre, aunque no pasó de la Enseñanza Primaria. Detrás del mostrador tenía dos cosas que le ayudaban a zanjar las discusiones entre los clientes: una porra y un diccionario. Me dijo que el diccionario era su mejor amigo ... y así sigue siéndolo hoy para mí"-.

Philip Roth.
La mancha humana

jueves, 25 de marzo de 2010

Matar a la madre

Rondando en medio de los escritos de Freud supe (no sin miedo) que la posibilidad de crecer, psicológicamente hablando, va de la mano con la necesidad, el deseo y la capacidad de separarse psíquicamente de los padres. Con el lenguaje profundo y aguerrido de un poeta Freud me describió el ímpetu de esta necesidad. La mirada profunda y penetrante de Freud me permitió ver que esta separación, lejos de ser un proceso racional y ecuánime, se manifiesta inconscientemente como un deseo parricida. De hecho, a través de algunos de sus textos Freud me contó que en el corazón de todo hijo yace el deseo de asesinar al padre y ocupar su lugar.

Un par de años después otros textos psicoanalíticos, esta vez escritos por una mujer (Melanie Klein), me relataron que antes de que la separación entre padre e hijo se manifieste a través del deseo inconsciente de asesinar al padre, en lo más profundo del alma humana se ha expresado ya inconscientemente una necesidad aún más primaria y primitiva: la necesidad imperiosa de poderse separar de la madre. Me pregunto si, tratando de seguir la "lógica del inconsciente", ¿se podría llegar a afirmar que si el deseo de separarse del padre se expresa a través del parricidio, la necesidad de separarse de la madre ha de manifestarse por su equivalente, es decir a través del matricidio?. No lo sé... pero, lo que si alcanzo a presentir con claridad es que de no ocurrir esta separación entre madre e hijo, la vida psíquica podría llegar a adquirir formas aterradoramente contranaturales.

En general, este tipo de exploraciones psicoanalíticas nos permite entrever las dificultades que trae consigo abandonar los primeros amores y, al mismo tiempo, nos hace viable percatarnos de la imperiosa necesidad, que debimos haber sentido en lo más profundo de nosotros, de romper con los lazos afectivos de la infancia para poder así quedar libres para volcarnos hacia los amores de la vida futura.

Si la idea de un deseo parricida suena atroz... ¿qué decir de lo que nos invade al tratar de representarnos la idea de un deseo matricida? Yo sin embargo, siento que permitirnos jugar con esa idea, por aterradora que nos parezca, puede reconciliarnos, por paradójico que sea, no sólo con nuestra propia naturaleza, sino con la vida misma.

Tengo en mente a ciertos escritores de literatura que, a través de la ficción literaria, han sabido recrear algunas de las complejidades más profundas y más dolorosas respecto a las contrariedades que caracterizan la relación entre madre e hijo. Quizá esa es una de las razones por las que termino transcribiéndolos y recordándolos incesantemente en este blog. Este es el fragmento que hoy he querido transcribir y que hace eco con aquello que escucho de diversas maneras y a través de variadas voces en mis viajes por las tierras del psicoanálisis y de la literatura.

"No era el momento apropiado para que Coleman recordara su infancia. No era el momento de admirar la lucidez, el sarcasmo o el valor de su madre. No era el momento de dejarse subyugar por el fenómeno casi patológico del amor materno. No era el momento de oír las palabras que ella no decía pero que eran incluso más reveladoras que las que decía. No era el momento de pensar más que aquellos pensamientos con los que él había ido armado. Desde luego, no era el momento de recurrir a explicaciones, de hacer una admirable enumeración de las ventajas y las desventajas y fingir que su decisión era lógica. No había ninguna explicación posible de la atrocidad a la que la sometía. Era el momento de concentrarse a fondo en lo que le había llevado allí. Si ella excluía la alternativa de repudiarle, entonces lo único que podía hacer era encajar el golpe. Tenía que hablar con serenidad, decir poco, olvidarse del cabello de Iris y, durante tanto tiempo como fuese necesario, dejar que ella siguiera hablando y absorbiera así en su ser la brutalidad de lo más brutal que él había hecho jamás.

La estaba matando. No tienes que matar a tu padre, pues el mundo lo hará por ti. Hay muchas fuerzas dispuestas a acabar con tu padre. El mundo se encargará de él. Quien está ahí para que la asesines es la madre, y eso es lo que Coleman vio que le estaba haciendo, el muchacho al que aquella mujer había amado con locura. ¡Asesinarla impulsado por su emocionante idea de la libertad! Habría sido mucho más fácil sin ella, pero solo mediante esta prueba puede él ser el hombre que ha decidido ser, separado inalterablemente de lo que recibió al nacer, libre para luchar por ser libre como cualquier persona desearía ser libre. Para obtener de la vida el destino alternativo, y en sus propias condiciones, debe hacer lo que es preciso hacer. ¿No quiere la mayoría de la gente librarse de la jodida clase de vida que les ha tocado en suerte? Pero no se libran, y eso es lo que hace de ellos lo que son, y lo que hacía de él lo que era. Dar el golpe, hacer el daño y cerrar la puerta para siempre. No le puedes hacer eso a una madre amorosa que te quiere de una manera incondicional y que te ha hecho feliz, no puedes inflingir ese dolor y entonces creer que seguirás tu camino como si nada. Es algo tan terrible que jamás podrás librarte de ese peso y tendrás que soportarlo (…) Esta es su prueba. Este hombre y su madre. Esta mujer y su querido hijo".

Philip Roth.

La Mancha Humana.

martes, 9 de marzo de 2010

El sexo me sabe mejor con Calle 13

En una noche de rumba bogotana hace ya casi tres años, oí por primera vez Atrévete.
Tengo que admitir que inmediatamente "ese reguetón se me metió por los intestinos y me sacó no sólo lo de india" sino también lo de mulata, zamba, prieta y mestiza. Mejor dicho: me movió, me sacudió, me obligó a pararme de la silla e incluso me hizo bailar invocando a todas y cada una de las razas latinas que corren por mis venas.
A partir de ese momento empecé a oir ávidamente la música y las letras de Calle 13, y al hacerlo me di cuenta de que sus composiciones no sólo me emocionan el cuerpo, sino que también me mantienen en una especie de constante moción mental - y ya que vamos a hablar claro, quizá valga la pena precisarlo-, de excitación mental respecto a las vastas posibilidades que tienen la experiencia corporal, erótica, sexual, genital, oral, fálica y carnal, de volverse palabra. Pero además de eso, tengo que admitir que no sólo siento placer cuando pienso en todas las posibilidades que tiene el cuerpo para transformarse en palabra, sino que de igual manera me excita constatar que la palabra posee ese mismo efecto en sentido inverso: es decir, que así como el cuerpo se vuelve palabra, la palabra también se vuelve cuerpo.
Lo que a mí más me llama la atención del estilo de Residente es que, al resaltar el papel del cuerpo en el deseo sexual, él abre la posibilidad de acercarnos a éste como "un manjar físico, y no místico". Igualmente, el erotismo así recreado es un himno para exaltar la carne y no el espíritu -o por lo menos no desligado éste de la carne-. Para mí, las letras de Residente son como una especie de frenesíes reguetoneros que celebran el hecho de tener un cuerpo y de contar con la palabra para dar cuenta de ese cuerpo y de las pasiones que muchas veces lo arrebatan; pasiones que por lo demás van desde la excitación hasta el amor, pasando por el deseo y el encuentro erótico.
Las metáforas de Calle 13 muestran que hay momentos en los que el lenguaje establece una relación íntima con el goce sexual. De igual manera, ubican al cuerpo como origen de dicho goce y a la palabra como manifestación de aquello propiamente humano que existe en ese goce. Y claro, por humano Calle 13 sabe hacer énfasis en lo que ese goce tiene de animal, de instintivo, de irracional y de amoral. Su invitación es precisamente a jugar con esa animalidad que nos pertenece tanto como el lenguaje mismo.
En fin, como habrán podido notarlo y pa´decirlo al estilo de Residente, todos estos usos del lenguaje me tienen estimulada y con la mente lubricada porque con las letras de sus canciones vuelvo una y otra vez a fascinarme ante el doble estatuto de nuestra sexualidad: el hecho de que podemos hacer de la excitación palabra, al mismo tiempo que podemos excitarnos con la palabra. Y ese doble estatuto es el que hace precisamente que nuestra sexualidad se diferencie de la sexualidad animal.
En una de sus canciones Residente dice:
"yo te quiero decir cosas bonitas mamita pero no me sale, es que yo fui criado por los animales – sin modales- mamando teta de orangutanes". Si Residente me estuviera hablando a mí, yo le respondería algo así como: "Yo sé que lo que tú dices está bien picante, pero a mí me gusta bastante porque ¿no ves que así demuestras que eres un primate de vocales y consonantes? ".
Con este –no tan malogrado- intento de rima reguetonera y una alusión directa a lo más primitivo de la naturaleza humana finalizo este artículo tal como lo empecé: disfrutando de la música y de las letras de Calle 13. Disfrutando sobre todo de que se elogie al cuerpo como punto de partida, como lugar donde se emite ese primer gemido de placer que justo al llegar a la punta de la lengua se transforma en palabra. Lo mejor de todo es que, como ya lo dije, al tiempo que constato esto presiento también la trayectoria inversa: la palabra que busca asir las entrañas del cuerpo y no sólo sus entrañas sino también su boca, sus dientes, su piel, sus fluidos, sus olores, sus orificios y sus genitales.
En cine escuché una vez a Marcello Mastroianni decirle a un joven algo parecido a esto: "recuerda que a veces el vino también se hace con uvas, es cuando mejor sabe". Por fortuna, Calle 13 me recuerda constantemente que a veces el deseo, el amor, el sexo y el erotismo, también se hacen con el cuerpo. Y, en mi caso, puedo decir con certeza que es cuando mejor me saben.

jueves, 25 de febrero de 2010

Suplantador Oficial

Ser uno mismo... quizá una de las aspiraciones más difíciles de lograr.
Ser auténtico, ser espontáneo, no necesitar fingir que se es otro. Estar por lo menos en capacidad de reconocer aquello de nosotros que es impostura y aquello que es genuino. ¿Cómo lograrlo si en tantas ocasiones la suplantación se hace pasar ante nosotros mismos como autenticidad?
A través del concepto enunciado por Winnicott de falso self , el psicoanálisis ha entendido que el proceso de construcción de la personalidad puede tender hacia la manifestación y el desarrollo de lo que somos, o hacia la construcción de una forma (o de unas formas) de ser y de actuar que, en la medida en que se consolida con el fin de "ajustarse" a ciertas necesidades externas, termina convirtiéndose en una especie de falsa identidad del verdadero ser del sujeto. Pienso que, probablemente, lo más doloroso de este proceso resulta del descuido y de la negación de las propias necesidades internas que tiene que hacer el sujeto para construir esta falsa identidad. De esta manera, la noción de falso self se nos presenta entonces como suplantación de algo verdadero que queda escondido y vedado para los demás, pero sobre todo para el sujeto mismo; y, es precisamente por esta razón que lo percibo como un proceso cargado de dolor, de un dolor silencioso y silenciado por la renuncia a aquellos elementos o a aquellas partes más genuinas del propio ser.
Leyendo el Otoño del Patriarca me encontré con un diálogo que me hizo pensar en esta camaleónica y traicionera capacidad que poseemos para convertirnos en alguien que no somos. El diálogo al que hago referencia se da entre el Patriarca y Patricio Aragonés. Patricio Aragonés, nos relata García Márquez, fue durante varios años el suplantador oficial del patriarca, fue, en otras palabras, el que se vio obligado a renunciar a su propia identidad en aras de proteger la existencia del patriarca.
Transcribo fragmentos escogidos de ese diálogo y, admito que, entre más lo leo, más asombro me produce la manera como García Márquez me confronta, por medio del humor negro y de la rebeldía agónica de Patricio Aragonés, con el dolor que implica la renuncia o incluso la muerte de ese otro ser verdadero que nos habita y al que más de una vez terminamos asesinando, ingenua o maliciosamente.

(...) pero él no dio ninguna orden contra el suplantador, sino que había pedido que lo llevaran en secreto a la casa presidencial con la cabeza metida en un talego de fique para que no fueran a confundirlo, y entonces padeció la humillación de verse a sí mismo en semejante estado de igualdad, carajo, si este hombre soy yo, dijo, porque era en realidad como si lo fuera, salvo por la autoridad de la voz, que el otro no logró imitar nunca (...) y si no lo hizo fusilar en el acto no fue por el interés de mantenerlo como suplantador oficial, pues esto se le ocurrió más tarde, sino porque lo inquietó la ilusión de que las cifras de su propio destino estuvieran escritas en la mano del impostor. Cuando se convenció de la vanidad de aquel sueño ya Patricio Aragonés había sobrevivido impasible a seis atentados, había adquirido la costumbre de arrastrar los pies aplanados a golpes de mazo, le zumbaban los oídos y le cantaba la potra en las madrugadas de invierno (...) y de bromista y lenguaraz que había sido cuando soplaba botellas en la carquesa de su padre se volvió meditativo y sombrío y no ponía atención a lo que le decían sino que escudriñaba la penumbra de los ojos para adivinar lo que no le decían (...) y de holgazán y vividor que había sido en el negocio de vender milagros se volvió diligente hasta el tormento y caminador implacable, se volvió tacaño y rapaz, se resignó a amar por asalto y a dormir en el suelo, vestido, bocabajo y sin almohada, y renunció a sus ínfulas precoces de identidad propia.
(...) la noche en que entró en el cuarto de Patricio Aragonés y lo encontró enfrentado con las urgencias de la muerte, sin remedio, sin ninguna esperanza de sobrevivir al veneno, y él lo saludó desde la puerta con la mano extendida, Dios te salve, macho, grande honor es morir por la patria. Lo acompañó en la lenta agonía, los dos solos en el cuarto, dándole con su mano las cucharadas de alivio para el dolor, y Patricio Aragonés las tomaba sin gratitud diciéndole entre cada cucharada que ahí lo dejo por poco tiempo con su mundo de mierda mi general porque el corazón me dice que nos vamos a ver muy pronto en los profundos infiernos, yo más torcido que un lebranche con este veneno y usted con la cabeza en la mano buscando dónde ponerla, dicho sea sin el menor respeto mi general, pues ahora le puedo decir que nunca lo he querido como usted se imagina sino que desde las témporas de los filibusteros en que tuve la mala desgracia de caer en sus dominios estoy rogando que lo maten aunque sea de buena manera para que me pague esta vida de huérfano que me ha dado, primero aplanándome las patas con manos de pilón para que se me volvieran de sonámbulo como las suyas, después atravesándome las criadillas con leznas de zapatero para que se me formara la potra, después poniéndome a beber trementina para que se me olvidara leer y escribir con tanto trabajo como le costó a mi madre enseñarme, y siempre obligándome a hacer los oficios públicos que usted no se atreve, y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice sino porque al más bragado se le hiela el culo coronando a una puta de la belleza sin saber por dónde le va a tronar la muerte, dicho sea sin el menor respeto mi general, pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y te di lo que nadie le ha dado a nadie en este mundo hasta prestarte mis propias mujeres (...) y entonces él empezó a bramar que te calles, carajo, que te calles o te va a costar caro, pero Patricio Aragonés siguió diciendo sin la menor intención de burla que para qué me voy a callar si lo más que puede hacer es matarme y ya me está matando.
(...) aproveche ahora que me estoy muriendo para morirse conmigo, nadie tiene más criterio que yo para decírselo porque nunca tuve la pretensión de parecerme a nadie ni menos ser un prócer de la patria sino un triste soplador de vidrios para hacer botellas como mi padre, atrévase, mi general, no duele tanto como parece, y se lo dijo con un aire de tan serena verdad que a él no le alcanzó la rabia para contestar sino que trató de sostenerlo en la silla cuando vio que empezaba a torcerse y se agarraba las tripas con las manos y sollozaba con lágrimas de dolor y vergüenza que qué pena mi general pero me estoy cagando, y él creyó que lo decía en sentido figurado queriéndole decir que se estaba muriendo de miedo, pero Patricio Aragonés le contestó que no, quiero decir cagándome cagándome mi general y él alcanzó a suplicarle que te aguantes Patricio Aragonés, aguántate, los generales de la patria tenemos que morir como los hombres aunque nos cueste la vida, pero lo dijo demasiado tarde porque Patricio Aragonés se fue de bruces y le cayó encima pataleando de miedo y ensopado de mierda y de lágrimas.

lunes, 25 de enero de 2010

El secreto del etnógrafo


Fue una combinación casi matemática entre azar y deseo lo que hizo posible que, por un lado, yo conociera este cuento de Borges y que, por otro lado, se quedara grabado en mi memoria como una referencia a la que vuelvo permanentemente.
Esta referencia viene a mi especialmente en esas ocasiones en las que pienso acerca del valor que puede llegar a tener para la vida de una persona estar o haber estado durante varios años en psicoanálisis.
Cuando este cuento llegó a mí por primera vez yo estaba empezando mi propio psicoanálisis. Algo de orden mágico me ocurrió y me sigue ocurriendo cuando leo este relato. En los diálogos de este cuento encontré, convertida en metáfora, una manera precisa y a su vez penetrante de dar a entender el aprendizaje más preciado que, la experiencia de estar en psicoanálisis me ha otorgado.
El Etnógrafo es un cuento sobre el valor que trae consigo la posibilidad de develar un secreto. El psicoanálisis por su parte, es una técnica que nos permite precisamente llegar a estar en la capacidad de revelarnos a nosotros mismos nuestros propios misterios. ¿En qué reside la importancia de esos misterios? ¿Pueden estos misterios ser valiosos en sí mismos sin importar el proceso de búsqueda que nos permitió llegar a ellos?
El tiempo que le he dedicado a mi propio psicoanálisis me ha permitido reconocer que la búsqueda es fundamental para estar en capacidad de comprender el sentido de los secretos que develamos. De hecho, hoy sé que sin ese proceso no habría podido estar en capacidad de comprender los significados de aquellos secretos y misterios que voy descubriendo de mi misma.
A mi manera de ver, en el cuento que ahora voy a transcribir Borges recrea literariamente este hecho esencial acerca del secreto: el hecho de que el significado de todo secreto sólo puede ser comprendido gracias al camino que nos condujo a él. Con esta historia Borges me recuerda que revelación y búsqueda son inseparables: la primera en ausencia de la segunda no puede jamás llegar a estar en capacidad de decirnos algo acerca de nosotros mismos.
A lo largo de los diálogos de este texto, Borges reconoce y por ende, me permite reconocer que, sólo es viable descubrir el significado más profundo de las palabras cuando éstas vienen acompañadas de la propia vivencia.

"El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo a entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.
En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.
- ¿Lo ata su juramento?- preguntó el otro.
- No es ésa mi razón - dijo Murdock -. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? - observaría el otro.
- Nada de eso señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.
Agregó al cabo de una pausa:
- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.
El profesor le dijo con frialdad:
- Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:
- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.
Tal fue en esencia el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale".