martes, 20 de octubre de 2009

El cuerpo humano y la imaginación poética

Una pregunta acerca de la condición humana se ha instalado de manera permanente en mi psiquismo. Al formular esta pregunta, de una u otra forma siento que puedo renovar incesantemente la posibilidad de pensarme y de sentirme.
Trato de formular dicha pregunta de la manera más sencilla posible, pero he de admitir que cada vez que la formulo en voz alta (es decir, cuando se la formulo a un otro) la mayoría de veces siento la necesidad afectiva de hacerlo acompañada de una especie de emoción subversiva contra la "Tradición de Occidente".
Sé que esta pregunta, por venir acompañada de este afecto de tipo guerrillero, no es solamente una inquietud genuina respecto a un tema que me llena de curiosidad (ese vasto, riquísimo y profundo territorio que es el cuerpo humano) sino que, es a su vez un fuerte reclamo ante la negligencia occidental que insiste, de diversas maneras y mediante el uso de diferentes esquemas de pensamiento (y por supuesto, de mecanismos de control) de reducir, simplificar, minimizar, o lo que es aún peor, mecanizar el valor y el significado del cuerpo en la vida de los seres humanos.
Hoy vuelvo a formular el mismo interrogante. Le pregunto una vez más a la racionalidad occidental: ¿cuál es el valor del cuerpo y de la experiencia corporal en la vida de los seres humanos?
Ahora, oigo a Coetzee plantear, en su novela Elizabeth Costello, otra pregunta que hace eco con mi interrogante así como también con mi reclamo a cierto tipo de racionalidad occidental:
"-¿Así que Descartes tenía razón y los animales no son más que autómatas biológicos?- "
Tomo la palabra para acompañarlo en sus cuestionamientos preguntando: - ¿Así que Descartes tiene aún razón y el cuerpo no es más que una extensión física cuyo funcionamiento es similar al de una máquina?- .
Coetzee continúa dialogando conmigo al invitarme a sentir y a imaginar, por medio de la poesía de Ted Hughes, qué podría llegar a experimentar si se me hubiese dado la posibilidad de encarnar el cuerpo de un jaguar:
"En estos poemas conocemos al jaguar no por su aspecto, sino por cómo se mueve. El cuerpo se define por cómo se mueve, o por cómo se mueven en su interior las corrientes de la vida.
Los poemas nos piden que imaginemos cómo es esa forma de moverse, que habitemos en ese cuerpo.
Con Hughes no es cuestión, subrayo, de habitar otra mente, sino de habitar otro cuerpo. Es la clase de poesía sobre la que hoy estoy llamando la atención de ustedes: una poesía que no trata de encontrar una idea en el animal, sino que es el animal, el registro de una unión con el mismo".
Me entusiasma la posibilidad de seguir conversando con Coetzee. Me percato que (¡por fin!) no necesito indagar respecto al valor del cuerpo haciendo uso de un tono emocional subversivo. Interrogo a Coetzee con el sosiego de sentir que hay resonancias que nos comunican: ¿Acaso habitar otro cuerpo implicaría conocer otras maneras de ser-en-el-mundo? ¿Habitar otro cuerpo implicaría habitar otra mente? ¿SER por ende un SER diferente?
Coetzee, en un tono de diálogo y de acercamiento me dice lo siguiente:
"(...) Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben. Al poner en primer plano al jaguar, Hughes nos enseña que también nosotros podemos encarnar a los animales. Nos muestra cómo conseguir que el cuerpo vivo cobre existencia en nuestro interior. Cuando leemos el poema del jaguar, y cuando lo recordamos más tarde con tranquilidad, durante un breve intervalo somos el jaguar. El jaguar se agita en nuestro interior, conquista nuestro cuerpo y se nos mete dentro.
(…) la idea de un jaguar, eso no va a conmover al poeta ya que no podemos experimentar abstracciones".

Coetzee se marcha ahora y me deja a solas. Sigo reflexionando sobre algunos de los cuestionamientos que previamente le fueron planteados a la tradición cartesiana. La última frase que Coetzee pronuncia: "No podemos experimentar abstracciones" queda inscrita en mi mente. Un momento después, la astucia intuitiva de la asociación libre me lleva a recordar algunos de los aportes de la investigación psicoanalítica en lo referente al valor del cuerpo en la vida de los seres humanos.
El psicoanálisis ha consolidado un método de indagación y una teoría acerca de la mente mediante la cual nos es viable intentar conocer, o al menos empezar a imaginar las tangibles, pero al mismo tiempo "impensables" (y escribo esta palabra deliberadamente) implicaciones que tiene para todo sujeto ser un SER encarnado.
Los estudios que Freud emprendió, y que han sido continuados por psicoanalistas curiosos e imaginativos como Klein, Winnicott y muchos otros acerca del desarrollo psicosexual infantil, son, a mi manera de ver, claves fundamentales para comprender los múltiples significados que acarrea consigo el hecho de que nuestra existencia sea inseparable de nuestro propio cuerpo. A través de estas investigaciones uno puede constatar que las dimensiones no-abstractas sino, todo lo contrario, absolutamente reales y tangibles de las experiencias corporales han sido por fin y enhorabuena invocadas con el fin de entender los avatares de la existencia humana.
Es muy posible que en este punto uno se pregunte: ¿qué tiene que ver el quehacer del psicoanalista con la imaginación del poeta?

Cuando desde el psicoanálisis se hace referencia al cuerpo, no se busca reducirlo a fenómenos de orden estrictamente fisiológico. La experiencia corporal que el psicoanálisis invoca tiene muchos más elementos en común con la imaginación poética que con la investigación de tradición positivista. Para el psicoanálisis, la cuestión no consiste en clasificar ni en describir fenómenos de orden somático con el fin de mostrar las bases fisiológicas que entran en juego en el funcionamiento de la mente humana, sino que la cuestión reside en hacer uso de la interpretación y de la observación para tratar de poner en palabras la manera como las "corrientes de la vida" se manifiestan en el cuerpo humano.
Las investigaciones psicoanalíticas tratan de transformar en palabras aquellos registros que dan cuenta de la unión inexorable entre nuestra vida mental y nuestra vida corporal, tratando de evocar aquello que, por razones de distinta índole hemos reprimido y enviado a lo más profundo de nuestro ser: las connotaciones simbólicas que tiene para nuestra existencia ser seres animales encarnados en cuerpos humanos.

En una célebre frase Einstein afirma "la imaginación es más poderosa que el conocimiento". Me entusiasma y me apacigua al mismo tiempo saber que hay poetas y psicoanalistas que se permiten hacer uso de la imaginación para tratar de evocar los significados más profundos que están asociados a las experiencias corporales.
Y si no resulto convincente acerca del valor que este tipo de trabajos ostenta para la comprensión de la naturaleza humana, he de aclarar, parafraseando a Elizabeth Costello, que probablemente esto se deba a que "las palabras que estoy pronunciando no consiguen invocar para ustedes la integridad y la naturaleza no abstracta y no intelectual de ese ser animal" .