jueves, 25 de marzo de 2010

Matar a la madre

Rondando en medio de los escritos de Freud supe (no sin miedo) que la posibilidad de crecer, psicológicamente hablando, va de la mano con la necesidad, el deseo y la capacidad de separarse psíquicamente de los padres. Con el lenguaje profundo y aguerrido de un poeta Freud me describió el ímpetu de esta necesidad. La mirada profunda y penetrante de Freud me permitió ver que esta separación, lejos de ser un proceso racional y ecuánime, se manifiesta inconscientemente como un deseo parricida. De hecho, a través de algunos de sus textos Freud me contó que en el corazón de todo hijo yace el deseo de asesinar al padre y ocupar su lugar.

Un par de años después otros textos psicoanalíticos, esta vez escritos por una mujer (Melanie Klein), me relataron que antes de que la separación entre padre e hijo se manifieste a través del deseo inconsciente de asesinar al padre, en lo más profundo del alma humana se ha expresado ya inconscientemente una necesidad aún más primaria y primitiva: la necesidad imperiosa de poderse separar de la madre. Me pregunto si, tratando de seguir la "lógica del inconsciente", ¿se podría llegar a afirmar que si el deseo de separarse del padre se expresa a través del parricidio, la necesidad de separarse de la madre ha de manifestarse por su equivalente, es decir a través del matricidio?. No lo sé... pero, lo que si alcanzo a presentir con claridad es que de no ocurrir esta separación entre madre e hijo, la vida psíquica podría llegar a adquirir formas aterradoramente contranaturales.

En general, este tipo de exploraciones psicoanalíticas nos permite entrever las dificultades que trae consigo abandonar los primeros amores y, al mismo tiempo, nos hace viable percatarnos de la imperiosa necesidad, que debimos haber sentido en lo más profundo de nosotros, de romper con los lazos afectivos de la infancia para poder así quedar libres para volcarnos hacia los amores de la vida futura.

Si la idea de un deseo parricida suena atroz... ¿qué decir de lo que nos invade al tratar de representarnos la idea de un deseo matricida? Yo sin embargo, siento que permitirnos jugar con esa idea, por aterradora que nos parezca, puede reconciliarnos, por paradójico que sea, no sólo con nuestra propia naturaleza, sino con la vida misma.

Tengo en mente a ciertos escritores de literatura que, a través de la ficción literaria, han sabido recrear algunas de las complejidades más profundas y más dolorosas respecto a las contrariedades que caracterizan la relación entre madre e hijo. Quizá esa es una de las razones por las que termino transcribiéndolos y recordándolos incesantemente en este blog. Este es el fragmento que hoy he querido transcribir y que hace eco con aquello que escucho de diversas maneras y a través de variadas voces en mis viajes por las tierras del psicoanálisis y de la literatura.

"No era el momento apropiado para que Coleman recordara su infancia. No era el momento de admirar la lucidez, el sarcasmo o el valor de su madre. No era el momento de dejarse subyugar por el fenómeno casi patológico del amor materno. No era el momento de oír las palabras que ella no decía pero que eran incluso más reveladoras que las que decía. No era el momento de pensar más que aquellos pensamientos con los que él había ido armado. Desde luego, no era el momento de recurrir a explicaciones, de hacer una admirable enumeración de las ventajas y las desventajas y fingir que su decisión era lógica. No había ninguna explicación posible de la atrocidad a la que la sometía. Era el momento de concentrarse a fondo en lo que le había llevado allí. Si ella excluía la alternativa de repudiarle, entonces lo único que podía hacer era encajar el golpe. Tenía que hablar con serenidad, decir poco, olvidarse del cabello de Iris y, durante tanto tiempo como fuese necesario, dejar que ella siguiera hablando y absorbiera así en su ser la brutalidad de lo más brutal que él había hecho jamás.

La estaba matando. No tienes que matar a tu padre, pues el mundo lo hará por ti. Hay muchas fuerzas dispuestas a acabar con tu padre. El mundo se encargará de él. Quien está ahí para que la asesines es la madre, y eso es lo que Coleman vio que le estaba haciendo, el muchacho al que aquella mujer había amado con locura. ¡Asesinarla impulsado por su emocionante idea de la libertad! Habría sido mucho más fácil sin ella, pero solo mediante esta prueba puede él ser el hombre que ha decidido ser, separado inalterablemente de lo que recibió al nacer, libre para luchar por ser libre como cualquier persona desearía ser libre. Para obtener de la vida el destino alternativo, y en sus propias condiciones, debe hacer lo que es preciso hacer. ¿No quiere la mayoría de la gente librarse de la jodida clase de vida que les ha tocado en suerte? Pero no se libran, y eso es lo que hace de ellos lo que son, y lo que hacía de él lo que era. Dar el golpe, hacer el daño y cerrar la puerta para siempre. No le puedes hacer eso a una madre amorosa que te quiere de una manera incondicional y que te ha hecho feliz, no puedes inflingir ese dolor y entonces creer que seguirás tu camino como si nada. Es algo tan terrible que jamás podrás librarte de ese peso y tendrás que soportarlo (…) Esta es su prueba. Este hombre y su madre. Esta mujer y su querido hijo".

Philip Roth.

La Mancha Humana.

martes, 9 de marzo de 2010

El sexo me sabe mejor con Calle 13

En una noche de rumba bogotana hace ya casi tres años, oí por primera vez Atrévete.
Tengo que admitir que inmediatamente "ese reguetón se me metió por los intestinos y me sacó no sólo lo de india" sino también lo de mulata, zamba, prieta y mestiza. Mejor dicho: me movió, me sacudió, me obligó a pararme de la silla e incluso me hizo bailar invocando a todas y cada una de las razas latinas que corren por mis venas.
A partir de ese momento empecé a oir ávidamente la música y las letras de Calle 13, y al hacerlo me di cuenta de que sus composiciones no sólo me emocionan el cuerpo, sino que también me mantienen en una especie de constante moción mental - y ya que vamos a hablar claro, quizá valga la pena precisarlo-, de excitación mental respecto a las vastas posibilidades que tienen la experiencia corporal, erótica, sexual, genital, oral, fálica y carnal, de volverse palabra. Pero además de eso, tengo que admitir que no sólo siento placer cuando pienso en todas las posibilidades que tiene el cuerpo para transformarse en palabra, sino que de igual manera me excita constatar que la palabra posee ese mismo efecto en sentido inverso: es decir, que así como el cuerpo se vuelve palabra, la palabra también se vuelve cuerpo.
Lo que a mí más me llama la atención del estilo de Residente es que, al resaltar el papel del cuerpo en el deseo sexual, él abre la posibilidad de acercarnos a éste como "un manjar físico, y no místico". Igualmente, el erotismo así recreado es un himno para exaltar la carne y no el espíritu -o por lo menos no desligado éste de la carne-. Para mí, las letras de Residente son como una especie de frenesíes reguetoneros que celebran el hecho de tener un cuerpo y de contar con la palabra para dar cuenta de ese cuerpo y de las pasiones que muchas veces lo arrebatan; pasiones que por lo demás van desde la excitación hasta el amor, pasando por el deseo y el encuentro erótico.
Las metáforas de Calle 13 muestran que hay momentos en los que el lenguaje establece una relación íntima con el goce sexual. De igual manera, ubican al cuerpo como origen de dicho goce y a la palabra como manifestación de aquello propiamente humano que existe en ese goce. Y claro, por humano Calle 13 sabe hacer énfasis en lo que ese goce tiene de animal, de instintivo, de irracional y de amoral. Su invitación es precisamente a jugar con esa animalidad que nos pertenece tanto como el lenguaje mismo.
En fin, como habrán podido notarlo y pa´decirlo al estilo de Residente, todos estos usos del lenguaje me tienen estimulada y con la mente lubricada porque con las letras de sus canciones vuelvo una y otra vez a fascinarme ante el doble estatuto de nuestra sexualidad: el hecho de que podemos hacer de la excitación palabra, al mismo tiempo que podemos excitarnos con la palabra. Y ese doble estatuto es el que hace precisamente que nuestra sexualidad se diferencie de la sexualidad animal.
En una de sus canciones Residente dice:
"yo te quiero decir cosas bonitas mamita pero no me sale, es que yo fui criado por los animales – sin modales- mamando teta de orangutanes". Si Residente me estuviera hablando a mí, yo le respondería algo así como: "Yo sé que lo que tú dices está bien picante, pero a mí me gusta bastante porque ¿no ves que así demuestras que eres un primate de vocales y consonantes? ".
Con este –no tan malogrado- intento de rima reguetonera y una alusión directa a lo más primitivo de la naturaleza humana finalizo este artículo tal como lo empecé: disfrutando de la música y de las letras de Calle 13. Disfrutando sobre todo de que se elogie al cuerpo como punto de partida, como lugar donde se emite ese primer gemido de placer que justo al llegar a la punta de la lengua se transforma en palabra. Lo mejor de todo es que, como ya lo dije, al tiempo que constato esto presiento también la trayectoria inversa: la palabra que busca asir las entrañas del cuerpo y no sólo sus entrañas sino también su boca, sus dientes, su piel, sus fluidos, sus olores, sus orificios y sus genitales.
En cine escuché una vez a Marcello Mastroianni decirle a un joven algo parecido a esto: "recuerda que a veces el vino también se hace con uvas, es cuando mejor sabe". Por fortuna, Calle 13 me recuerda constantemente que a veces el deseo, el amor, el sexo y el erotismo, también se hacen con el cuerpo. Y, en mi caso, puedo decir con certeza que es cuando mejor me saben.