jueves, 31 de diciembre de 2009

El viejo y "La Mar": uno de tantos retornos a lo Femenino.


Recorriendo mi propia vida, yendo en busca de mí misma, prestando atención a mi cuerpo y a sus ritmos, unas veces llena de curiosidad, otras veces con mucho miedo, en ciertas ocasiones acomapañada de un sentimiento de serenidad, he ido aprehendiendo algunos de los rostros de mis propios misterios. Al hacerlo, he ido reconociendo, cada vez con más claridad, mi deseo de retornar una y mil veces a lo femenino. Cómo si en gran parte de eso se tratara esto de saber quién soy; cómo si esos múltiples retornos que llevo a cabo incesantemente fueran a su vez mi destino y mi trayectoria.

¿Qué es lo femenino? ¿Cómo se manifiesta su fuerza en mí y en las corrientes de la vida?

No tengo las respuestas a estas preguntas y no me afana no tenerlas. Tengo en cambio la intuición (femenina), de que las respuestas no son algo fundamental en este terreno primario. Más bien he ido encontrando algunas metáforas que me hablan de ese enigma de lo femenino. He aquí una de ellas: Santiago, el viejo pescador de la novela de Hemingway "El Viejo y El Mar", habla del mar como un ente femenino y sus palabras resuenan con mi búsqueda.
Me resulta además entrañable de este párrafo, el hecho de que sea un hombre quien hable así de La Mar. Al leer este fragmento he podido recordar que, en ciertas ocasiones, yo he sentido la necesidad de ir al encuentro de lo femenino desde las fuerzas masculinas que también me habitan.

"Decía siempre la mar. Así es como la llaman en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o aún un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer".

El viejo y el mar.
Ernest Hemingway

sábado, 26 de diciembre de 2009

Subterfugios familiares

Con cuánta simpleza se suele abordar la vasta y profunda complejidad de los vínculos familiares.

Frecuentemente al abordar este tema se opta por rechazar vehementemente la existencia de sentimientos encontrados, se prefiere esconder aquellas vivencias repletas de vicisitudes y negar las dificultades que le son intrínsecas al hecho de formar y de hacer parte de una familia.
Parece que a la larga, todavía nos aterramos demasiado de nuestra propia naturaleza.

Hoy escucho un eco entre dos autores: Sigmund Freud y Elfriede Jelinek. Ambos me permiten adentrarme en los torbellinos emocionales del ser humano. Hace ya más de un siglo Freud propuso que amor y odio coexisten en el corazón de todo vínculo humano. Jelinek por su parte, es capaz de evocar literariamente a través de un lenguaje sublime y aterrador a la vez, éste rasgo del afecto que yace escondido en lo más profundo del alma humana.

Transcribo fragmentos de la novela Deseo en los que Jelinek recrea de una manera maravillosamente aterradora estas madrigueras emocionales de los vínculos familiares.
Por medio de un lenguaje sublime, poético y a la vez impío, Jelinek nos sumerge en el torrente de aquellos sentimientos que, muchas veces, con tanto miedo y afán buscamos aniquilar por medio de máscaras, disfraces y contundentes omisiones.


" La familia puede hacer mucho bien y recoger el botín de los días festivos. Los más amados rodean a la madre, se sientan juntos como benditos. La mujer se dirige a su hijo, lo censura (tocino en el que pacen las larvas del amor) con su suave y delicado gritar. Se preocupa por él, lo protege con sus suaves armas (...) Al hijo no le gustan las quejas de la madre, enseguida exige un regalo. Intentan ponerse de acuerdo en esas breves negociaciones: a base de juguetes y artículos deportivos (...) Sólo tiene este hijo. Su marido vuelve de su despacho, y enseguida ella lo estrecha contra su cuerpo, para que los sentidos del hombre no se despierten. Resuena música del tocadiscos y del barroco. Ser lo más uno posible con las fotos en color de las vacaciones, no cambiar de un año para otro.
(...) El hombre es de los que todavía saben apreciar la música clásica. Con un brazo, se tiende hacia delante y pone en marcha una cadena estereofónica. Resuena, la mujer se deja hacer, y vivan los mortales del sueldo y el trabajo, pero, ¿no es cierto?, la música forma parte de esto.
(...) Lo maravilloso del viaje es que se encuentra uno un lugar ajeno y vuelve a huir espantado de él. Pero cuando hay que permanecer juntos, como reproducciones en cuatro colores y de mala calidad de la naturaleza, formando parte unos de otros: una familia, entonces sólo encontrará usted al Papa, la cocina y el Partido Popular Austriaco dispuestos a honrar esta obra y a hacerle una rebaja en todos sus pecados. La familia, ese buitre, se considera a sí misma un animal doméstico".

lunes, 30 de noviembre de 2009

Humor rothiano para el psicoanálisis freudiano

Este es Philip Roth expresando ciertos matices del dolor humano. Philip Roth haciendo uso tanto de su agudo sentido del humor, como también de uno de los descubrimientos freudianos más importantes y populares: la noción según la cual dentro de cada uno de nosotros habitan por lo menos tres "personajes": el yo, el ello y el super yo.
Transcribo el fragmento de una carta que Peter Tarnopol, el protagonista de la novela "Mi vida como hombre" le escribe a su hermana. En este fragmento el protagonista narra la consternación que lo invade al saber que dentro de sí mismo existen tres incautos que no sólo no logran ponerse de acuerdo entre sí, sino que además muchas veces parecen odiarse de forma acérrima.

"Ahora, mientras abrigo esta idea, caigo en la cuenta de que la narración no ficticia en la cual estoy trabajando en este momento podría interpretarse exactamente así: el "yo" que acepta su papel como cabecilla del complot. Si es este el caso, una vez que se haya escuchado a todos los testigos y se haya dictado una rápida sentencia, se enviará a los conspiradores a las instituciones correccionales apropiadas. Me ofreces tu piscina. El guarda penitenciario Spielvogel, mi ex psicoanalista (cuyo trabajo estoy haciendo, como ves, además del mío propio), sugeriría que el trío de bandidos le fuesen confiados a él para ser tratados en su elegante cárcel de la confluencia entre la Ochenta y nueve y Park Avenue cuatro veces por semana. Al demandante en este juicio no le importa en realidad dónde tendrá lugar, ni cómo, siempre que los condenados aprendan bien la lección Y NO VUELVAN A HACERLO NUNCA. Lo cual no es muy probable, puesto que estamos ante un trío bastante traicionero, y el hecho de que se les haya confiado mi bienestar es para mí la fuente de una preocupación constante y profunda. Hecho ya un circuito completo junto a ellos, preferiría confiar mi destino a los hermanos Marx o a los Tres Chiflados; payasos, sí, pero que al menos se quieren entre ellos".
Mi vida como hombre.

martes, 20 de octubre de 2009

El cuerpo humano y la imaginación poética

Una pregunta acerca de la condición humana se ha instalado de manera permanente en mi psiquismo. Al formular esta pregunta, de una u otra forma siento que puedo renovar incesantemente la posibilidad de pensarme y de sentirme.
Trato de formular dicha pregunta de la manera más sencilla posible, pero he de admitir que cada vez que la formulo en voz alta (es decir, cuando se la formulo a un otro) la mayoría de veces siento la necesidad afectiva de hacerlo acompañada de una especie de emoción subversiva contra la "Tradición de Occidente".
Sé que esta pregunta, por venir acompañada de este afecto de tipo guerrillero, no es solamente una inquietud genuina respecto a un tema que me llena de curiosidad (ese vasto, riquísimo y profundo territorio que es el cuerpo humano) sino que, es a su vez un fuerte reclamo ante la negligencia occidental que insiste, de diversas maneras y mediante el uso de diferentes esquemas de pensamiento (y por supuesto, de mecanismos de control) de reducir, simplificar, minimizar, o lo que es aún peor, mecanizar el valor y el significado del cuerpo en la vida de los seres humanos.
Hoy vuelvo a formular el mismo interrogante. Le pregunto una vez más a la racionalidad occidental: ¿cuál es el valor del cuerpo y de la experiencia corporal en la vida de los seres humanos?
Ahora, oigo a Coetzee plantear, en su novela Elizabeth Costello, otra pregunta que hace eco con mi interrogante así como también con mi reclamo a cierto tipo de racionalidad occidental:
"-¿Así que Descartes tenía razón y los animales no son más que autómatas biológicos?- "
Tomo la palabra para acompañarlo en sus cuestionamientos preguntando: - ¿Así que Descartes tiene aún razón y el cuerpo no es más que una extensión física cuyo funcionamiento es similar al de una máquina?- .
Coetzee continúa dialogando conmigo al invitarme a sentir y a imaginar, por medio de la poesía de Ted Hughes, qué podría llegar a experimentar si se me hubiese dado la posibilidad de encarnar el cuerpo de un jaguar:
"En estos poemas conocemos al jaguar no por su aspecto, sino por cómo se mueve. El cuerpo se define por cómo se mueve, o por cómo se mueven en su interior las corrientes de la vida.
Los poemas nos piden que imaginemos cómo es esa forma de moverse, que habitemos en ese cuerpo.
Con Hughes no es cuestión, subrayo, de habitar otra mente, sino de habitar otro cuerpo. Es la clase de poesía sobre la que hoy estoy llamando la atención de ustedes: una poesía que no trata de encontrar una idea en el animal, sino que es el animal, el registro de una unión con el mismo".
Me entusiasma la posibilidad de seguir conversando con Coetzee. Me percato que (¡por fin!) no necesito indagar respecto al valor del cuerpo haciendo uso de un tono emocional subversivo. Interrogo a Coetzee con el sosiego de sentir que hay resonancias que nos comunican: ¿Acaso habitar otro cuerpo implicaría conocer otras maneras de ser-en-el-mundo? ¿Habitar otro cuerpo implicaría habitar otra mente? ¿SER por ende un SER diferente?
Coetzee, en un tono de diálogo y de acercamiento me dice lo siguiente:
"(...) Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben. Al poner en primer plano al jaguar, Hughes nos enseña que también nosotros podemos encarnar a los animales. Nos muestra cómo conseguir que el cuerpo vivo cobre existencia en nuestro interior. Cuando leemos el poema del jaguar, y cuando lo recordamos más tarde con tranquilidad, durante un breve intervalo somos el jaguar. El jaguar se agita en nuestro interior, conquista nuestro cuerpo y se nos mete dentro.
(…) la idea de un jaguar, eso no va a conmover al poeta ya que no podemos experimentar abstracciones".

Coetzee se marcha ahora y me deja a solas. Sigo reflexionando sobre algunos de los cuestionamientos que previamente le fueron planteados a la tradición cartesiana. La última frase que Coetzee pronuncia: "No podemos experimentar abstracciones" queda inscrita en mi mente. Un momento después, la astucia intuitiva de la asociación libre me lleva a recordar algunos de los aportes de la investigación psicoanalítica en lo referente al valor del cuerpo en la vida de los seres humanos.
El psicoanálisis ha consolidado un método de indagación y una teoría acerca de la mente mediante la cual nos es viable intentar conocer, o al menos empezar a imaginar las tangibles, pero al mismo tiempo "impensables" (y escribo esta palabra deliberadamente) implicaciones que tiene para todo sujeto ser un SER encarnado.
Los estudios que Freud emprendió, y que han sido continuados por psicoanalistas curiosos e imaginativos como Klein, Winnicott y muchos otros acerca del desarrollo psicosexual infantil, son, a mi manera de ver, claves fundamentales para comprender los múltiples significados que acarrea consigo el hecho de que nuestra existencia sea inseparable de nuestro propio cuerpo. A través de estas investigaciones uno puede constatar que las dimensiones no-abstractas sino, todo lo contrario, absolutamente reales y tangibles de las experiencias corporales han sido por fin y enhorabuena invocadas con el fin de entender los avatares de la existencia humana.
Es muy posible que en este punto uno se pregunte: ¿qué tiene que ver el quehacer del psicoanalista con la imaginación del poeta?

Cuando desde el psicoanálisis se hace referencia al cuerpo, no se busca reducirlo a fenómenos de orden estrictamente fisiológico. La experiencia corporal que el psicoanálisis invoca tiene muchos más elementos en común con la imaginación poética que con la investigación de tradición positivista. Para el psicoanálisis, la cuestión no consiste en clasificar ni en describir fenómenos de orden somático con el fin de mostrar las bases fisiológicas que entran en juego en el funcionamiento de la mente humana, sino que la cuestión reside en hacer uso de la interpretación y de la observación para tratar de poner en palabras la manera como las "corrientes de la vida" se manifiestan en el cuerpo humano.
Las investigaciones psicoanalíticas tratan de transformar en palabras aquellos registros que dan cuenta de la unión inexorable entre nuestra vida mental y nuestra vida corporal, tratando de evocar aquello que, por razones de distinta índole hemos reprimido y enviado a lo más profundo de nuestro ser: las connotaciones simbólicas que tiene para nuestra existencia ser seres animales encarnados en cuerpos humanos.

En una célebre frase Einstein afirma "la imaginación es más poderosa que el conocimiento". Me entusiasma y me apacigua al mismo tiempo saber que hay poetas y psicoanalistas que se permiten hacer uso de la imaginación para tratar de evocar los significados más profundos que están asociados a las experiencias corporales.
Y si no resulto convincente acerca del valor que este tipo de trabajos ostenta para la comprensión de la naturaleza humana, he de aclarar, parafraseando a Elizabeth Costello, que probablemente esto se deba a que "las palabras que estoy pronunciando no consiguen invocar para ustedes la integridad y la naturaleza no abstracta y no intelectual de ese ser animal" .

viernes, 18 de septiembre de 2009

El Sonido y La Furia. Apéndice

Hace ya un par de años que leí el apéndice de la novela El Sonido y La Furia.
Cuando llegué a la parte en la que Faulkner describe a Benjamín tuve la sensación de haber quedado con un dolor sublime e irremediable en mi alma.
No estoy en capacidad de hacer uso de las palabras para traducir aquello que siento cuando leo esta caracterización faulkneriana de un ser humano...

De hecho, dudo poder llegar a estar en capacidad de hacerlo algún día...

" BENJAMÍN: Al nacer se le puso el nombre de Maury, que era el del único hermano de su madre. Era este último un solterón apuesto, deslumbrador, fanfarrón, haragán, que pedía dinero prestado a casi todo el mundo, incluso a Dilsey, aunque esta fuese negra, y que cuando sacaba la mano del bolsillo en que había metido el dinero que Dilsey le había dado, le decía que no solo era ella a sus ojos igual que un miembro de la familia, sino que cualquier persona la consideraría como una dama por derecho propio. Llegó un día que hasta la misma madre se dio cuenta del hijo que tenía, e insistió, llorando, en que era preciso que cambiase de nombre. Entonces Quentin, el mayor de los hermanos, volvió a rebautizarlo con el de Benjamín. (Benjamín, el más pequeño de nosotros, vendido en Egipto).

Tres cosas amaba Benjamín, a saber: los terrenos de pastos, que se vendieron para pagar la boda de Candace y para enviar a Quentin a Harvard, su hermana Candace, y el resplandor de fuego del hogar. Benjamin no perdió ninguna de las tres cosas porque no se acordaba de su hermana, salvo de haberla perdido, y el fuego del hogar seguía teniendo la misma forma brillante que cuando se dormía, y los terrenos de pasto le resultaban aún mejor después de vendidos que antes, porque él y T.P. no solo podían ahora seguir a lo largo de la cerca, sin apremios de tiempo, los movimientos pendulares de los palos de golf de unos seres humanos, cosa esta que le tenía sin cuidado, sino que T.P. podía dirigirse con él a los matojos de césped o de hierbas, de los que T.P. sacaba de pronto en su mano unas bolitas blancas que competían, e incluso vencían, a la gravedad, cosa que él no sabía qué era, y a todas las leyes inmutables, cuando salían disparadas de la mano hacia el suelo entarimado o hacia la pared del ahumadero de carnes, o al paseo lateral del cemento. Castrado en 1913. Entregado al Asilo del Estado, en Jackson, en 1933. Tampoco entonces perdió nada porque, lo mismo que le ocurrió con su hermana, no se acordaba de los campos de pastos, sino del haberlos perdido, y el resplandor del fuego del hogar seguía teniendo la misma forma brillante de ensueño".

W. Faulkner. El Sonido y la Furia.

jueves, 27 de agosto de 2009

El primate prisionero

Nunca antes en la historia de Occidente se había llegado a tener un conocimiento tan amplio, diverso y sistemático respecto al ser humano como en este momento.
Desde el siglo XIX y con el florecimiento de las ciencias humanas, Occidente ha ido desarrollando métodos de estudio e investigación cada vez más detallados respecto al comportamiento humano, a las organizaciones sociales y a la influencia de la cultura en la vida de los hombres.
Dentro del campo de las ciencias humanas, la psicología ha ido consituyendo un cuerpo de conocimientos mediante el cual ha sido posible observar, clasificar y describir diversos fenómenos de la conciencia y del pensamiento racional.

Sin embargo, y por fortuna, no sólo se ha incrementado el conocimiento respecto a las capacidades cognitivas del ser humano sino también respecto a las profundidades de su vida afectiva y pulsional. El psicoanálisis ha jugado, sin lugar a dudas, un papel crucial en este campo.
Desde sus orígenes y hasta ahora siempre ha habido un arduo debate respecto al hecho de si el psicoanálisis es o no una ciencia.
Muchos psicoanalistas han desarrollado métodos de investigación y de recolección de datos clínicos que permiten mostrar la validez científica de su quehacer, demostrando además que el psicoanálisis se apoya -como toda ciencia- en un método de observación y de hipotetización basado en la implementación de métodos de orden inductivo/deductivo.

Personalmente, este debate, aunque me apasiona, no me resulta crucial en lo que se refiere a demostrar la validez, ni mucho menos el valor que tiene el psicoanálisis como disciplina para ahondar en el conocimiento del ser humano. Si bien pienso que, uno puede probar que la teoría psicoanalítica está esbozada a partir de conceptos y de relaciones lógicas entre estos, así como del hecho de, que es en la práctica y en la observación clínica que encuentra su campo de acción y de reflexión, es decir, si bien uno puede afirmar que el psicoanálisis está concebido bajo los parámetros de lo que en Occidente puede llegar a denominarse una ciencia, no le encuentro absolutamente nada de peyorativo o de negativo al hecho de que, a veces - como lo señala Winnicott- se nos parezca más a la poesía que a la ciencia.
Es una fortuna para quienes sentimos que la vida humana no puede reducirse a un problema de adaptabilidad, de funcionalidad o de pragmantismo que haya existido y que aún exista (y subsista) el psicoanálisis ( y la poesía). La poesía y el psicoanálisis comparten el deseo, e incluso en estos tiempos de "alta competitividad" la necesidad nostálgica (y hasta quimérica) de develar el papel de los afectos, de las fantasías, de los miedos, de la imaginación, de la sexualidad y de la agresividad en la vida de todo ser humano.

Cuando observo las rutinas y las condiciones de vida de la inmensa mayoría de quienes vivimos en esta época histórica, pienso que nunca antes habíamos estado tan disociados entre lo que sabemos acerca de nosotros mismos como seres humanos y las condiciones de vida que nos imponemos o que se nos imponen por medio de ese ente monstruoso ( con rasgos kafkianos ) que denominamos cultura.
Ya ha sido mostrado y demostrado (y no sólo por el psicoanálisis sino incluso también por otro tipo de estudios), que para sentir que la vida vale la pena de ser vivida, los seres humanos necesitamos encontrar maneras de gratificar nuestras necesidades afectivas, emocionales y pulsionales. Sin embargo, por otro lado, la cultura insiste en hacer de nosotros "entes altamente funcionales" obligando mediante discursos y prácticas sofisticadamente cohersitivas a negar la importancia y el valor del afecto y de las emociones en nuestra vida.
En su novela Elizabeth Costello, Coetzee relata una investigación científica realizada con chimpancés por el psicólogo Wolfgang Köhler a comienzos del siglo XX. Su reflexión respecto a lo que se obtiene de dicha investigación no sólo habla acerca de la necesidad de tomar en cuenta los afectos y la vida instintiva para comprender mejor el pensamiento de los seres vivos en general, y de los seres humanos en particular, sino que, a mí manera de ver, es posible también leer este fragmento como una metáfora de la manera como muchos humanos viven actualmente su vida: con la molesta sensación física y mental de estar encerrados en una especie de zoológico o de laboratorio cultural que los ha obligado a "pensar racional, funcional e instrumentalmente" pagando el altísimo precio de olvidar, por medio de la negación, su propia vida afectiva, fantasiosa y pulsional.
Los dejo con el detallado relato pero sobre todo con el agudo - agudísimo- cuestionamiento que, por medio de su protagonista Elizabeth Costello, nos plantea Coetzee:

En mil novecientos doce, la Academia Prusiana de las Ciencias estableció en la isla de Tenerife una estación dedicada a la experimentación con las capacidades mentales de los simios, y concretamente de los chimpancés (...) uno de los científicos que trabajaba allí fue el psicólogo Wolfgang Köhler, quien en mil novecientos diecisiete publicó una monografía titulada "La mentalidad de los Simios", en la que describía sus experimentos (...) Déjenme que les cuente lo que aprendieron de su amo Wolfgang Köhler algunos de los simios de Tenerife, en concreto Sultán, su mejor alumno.
(...) Sultán está solo en su jaula. Tiene hambre. La comida que antes llegaba con regularidad ha dejado de llegar de forma inexplicable.
El hombre que antes le daba de comer y ahora ha dejado de hacerlo tiende un cable por encima de la jaula, a tres metros del suelo, y cuelga un manojo de plátanos del mismo. Luego mete tres cajas de madera en la jaula. Por fin desaparece, cerrando la puerta tras de sí, aunque no ha ido lejos, porque todavía se le puede oler.
Sultán sabe que ahora se espera de él que piense. Por eso están los plátanos ahí arriba. Los plátanos están ahí para hacerlo pensar a uno, para espolearlo a uno hasta los límites de su raciocinio. Pero ¿qué hay que pensar? Uno piensa: ¿Qué he hecho? ¿Por qué he dejado de caerle bien? Uno piensa: ¿Por qué ya no quiere estas cajas? Pero ninguno de estos pensamientos es adecuado. Incluso un pensamiento más complicado - por ejemplo: ¿Qué problema tiene? ¿Qué idea equivocada tiene de mí que le lleva a creer que me resulta más fácil coger un plátano que cuelga de un cable que recoger un plátano del suelo? - resulta erróneo. El pensamiento adecuado es: ¿Cómo se pueden usar las cajas para llegar a los plátanos?
Sultán arrastra las cajas hasta que están debajo de los plátanos, las amontona una sobre la otra, sube a la torre que ha construido y descuelga los plátanos.
Y piensa: ¿Dejará ahora de castigarme?
(...) Mientras Sultán tiene pensamientos equivocados se muere de hambre. Pasa hambre y los retorcijones de sus tripas son tan intensos y abrumadores que no le queda más remedio que tener el pensamiento correcto, es decir, cómo llegar hasta los plátanos. De esta forma se examinan los límites de la capacidad mental del chimpancé.
(...) Y en la medida en que el experimentador complejiza la tarea, se obliga cada vez a Sultán a tener el pensamiento menos interesante. De la pureza de la especulación (¿Por qué se comportan así los hombres?) se lo empuja incansablemente a una razón instrumental inferior y práctica (¿Cómo se usa esto para coger aquello?) y por tanto a la aceptación de uno mismo básicamente como organismo con un apetito que necesita ser satisfecho.
(...) Es probable que Wolfgang Köhler fuera un buen hombre. Un buen hombre, pero no un poeta.
(...) En lo más profundo de su ser, a Sultán no le interesa el problema de los plátanos. Solamente le obliga a concentrarse en el mismo la reglamentación obsesiva del experimentador. La cuestión que le ocupa verdaderamente, igual que ocupa al gato y al ratón y a cualquier otro animal atrapado en el infierno del laboratorio o del zoo es: ¿Dónde está mi casa y cómo llego a ella?

domingo, 16 de agosto de 2009

La incertidumbre en las relaciones humanas

En ese extenso, profundo y complejo campo de las relaciones humanas me he dado cuenta de que en muchas ocasiones, incluso en más de las que yo hubiera querido, soy como una caja de resonancias.
Mientras escribo esto me pregunto, ¿acaso, de una u otra manera no lo somos todos? Justo ahora me parece posible imaginar que, de pronto, es precisamente por esa capacidad que tenemos no sólo de percibir al otro sino también de sentirlo al interior nuestro, y aún más, de actuar en respuesta a lo que él nos hace sentir, que las relaciones humanas son tan complejas.

Ahora viene a mi mente, aunque no de manera tan nítida como quisiera, el recuerdo de un diálogo entre dos personajes de la novela Sobre Héroes y Tumbas. En dicho diálogo, uno de ellos compara al ser humano con un instrumento físico cuya particularidad consiste en responder a un estímulo de aire producido en el ambiente emitiendo un sonido único, sonido que depende absolutamente de las características particulares del estímulo ambiental. Para mí, la fuerza de esta comparación reside en la afirmación de que cada persona con quien establecemos una relación es un "estímulo" único e irrepetible que siempre toca una parte de nosotros mismos que jamás habríamos oído si no hubiéramos conocido a dicha persona.
A lo largo de mi vida, he tenido la fortuna de acrecentar mis posibilidades de resonancia a través de diversos tipos de relaciones. Coincido con el personaje de Sábato, pues en mi caso, cada persona ha tocado fibras diferentes que me han permitido conocer mejor la gama de sonidos que me constituyen.

Últimamente, cuando vuelvo a recordar ciertas relaciones, sobre todo relaciones pasadas, constato que con el tiempo acepto cada vez un poco más el hecho de que a lo largo de esas relaciones experimenté sentimientos y sensaciones que yo misma no entendía y que, incluso no había considerado siquiera que hubieran podido llegar a existir. En general, cuando trato de explicar(me) porqué algunas relaciones vivieron mientras que otras murieron acabo aceptando que lo que no sé acerca de esas relaciones termina siendo mucho más profundo y determinante que lo que creo que puedo saber.

En todo caso, soy de las que cree que uno nunca sabe a ciencia cierta qué hizo que ciertas relaciones bascularan hacia ciertos sentimientos, porque a unas las acecharon ciertos miedos, porque otras se reafirmaron en medio de la interperie y porque otras se fragmentaron irremediablemente. Ahora que lo pienso, incluso la pregunta acerca de qué hizo posible que ciertas relaciones se dieran resulta, en varias ocasiones, absolutamente enigmática. Sé que de hecho lo más lógico es saber que en este terreno de las relaciones humanas no hay lógica que logre descifrarlas. Lo cual es también una suerte porque nos mantiene a los curiosos preguntándonos sinsentidos. Lo que puede ser cierto es que las relaciones son un lugar en el que sabemos, al menos intuitivamente, que la incertidumbre, la duda, y el no saber predominan.

Sin embargo, hay personas para las que el no saber se vuelve insoportable; no saber porqué una relación se volcó hacia el destino C, cuando queríamos que se dirigiera hacia el destino A, no saber por qué el otro respondió de una manera cuando en realidad anhelabamos que lo hiciera de otra totalmente diferente, etc. Generalmente cuando no se soporta más el hecho de que en el campo de las relaciones humanas las certezas son inexistentes, se evidencia esta tendencia tan humana de optar por las etiquetas y los lugares comunes para erradicar cualquier sensación de incertidumbre y cualquier reconocimiento de que siempre hay un desconocimiento parcial del otro (pero sobre todo, de nosotros mismos). Entonces, se opta por creer que se "saben" las razones por las que las personas actúan de uno u otro modo, y se termina optando por pensar que conocemos al otro hasta el punto de entender sus motivaciones e intenciones más profundas.

Lo que quiero decir es que probablemente, si las relaciones humanas se trataran únicamente de percibir al otro, y no de sentirlo acutando al interior nuestro, todo sería más simple ( y sin duda mucho más monótono y aburrido), pero posiblemente esto reduciría la frecuencia con la que tantos recurren a los clichés para contrarrestar los sentimientos de extrañeza que despierta en nosotros lo desconocido. El resto de cosas que me gustaría decir acerca de mi enérgico rechazo al uso de lugares comunes lo dice mejor Philip Roth:

¿Cómo saber lo que sucede tal como sucede? ¿Lo que subyace en la anarquía de la sucesión de acontecimientos, las incertidumbres, los contratiempos, la desunión, las espantosas irregularidades que definen los asuntos humanos? "Todo el mundo sabe" es la invocación del cliché y el comienzo de la trivialización de la experiencia, y lo que resulta tan insufrible es la solemnidad y la sensación de autoridad que tiene la gente al expresarlo. Lo que sabemos es que, si hacemos abstracción de los clichés, nadie sabe nada. No es posible saber nada. No sabes realmente las cosas que sabes. ¿Intención? ¿Motivo? ¿Consecuencia? ¿Significado? Todo lo que no sabemos es asombroso, e incluso lo es más que aquello que pasa por saber.

Philip Roth. La Mancha Humana.

miércoles, 24 de junio de 2009

Intimidad en la amistad



De nuevo Philip Roth.

No puedo evitar volver a él. No puedo evitarlo porque no quiero hacerlo. Encuentro sus novelas pobladas de rastros humanos, sobre todo de rastros de lo humano. Y, debo admitir que no puedo concebir algo más tentador que eso.

Esta vez en la novela La Mancha Humana, Nathan Zuckerman (el personaje que aparece en muchas de sus novelas) es ya un hombre que tiene más de sesenta años. En este momento de su vida conoce a Coleman Silk, otro hombre que tiene aproximadamente la misma edad de él. Silk es un ex-profesor universitario con quien Nathan entabla rápida e intensamente un profundo sentimiento de amistad. Y para mí, el talento de Roth consiste en recrear todo lo que este sentimiento puede otorgarle no sólo al género masculino sino al género humano.

Hoy transcribo retazos de párrafos a través de los cuales se recrea el nacimiento de una verdadera intimidad en la amistad que une a estos dos hombres. Los transcribo por la sensibilidad de Roth para plasmar y poner en palabras el milagro de la aparición de una verdadera cercanía entre dos hombres que se permiten a sí mismos volverse íntimos amigos.

Por un lado, me gustó mucho que un hombre recreara y, al hacer esto, me permitiera conocer toda la intimidad de la que pueden ser capaces dos hombres cuando son amigos. (Debe ser porque desde hace un buen tiempo, siempre estoy en busca de relatos que rompan los formatos y desechen los clichés llenos de lugares comunes). Por otro lado, me emocionó profundamente la manera como Roth hace uso de la narración y del lenguaje para develar aquellos elementos emocionales más profundos que subyacen en el corazón de un vínculo de verdadera y profunda amistad. Me gustó también porque en estos párrafos Roth devela por medio de frases absolutamente acertadas aquello que la amistad puede otorgarle y devolverle a cualquier ser humano a lo largo de su vida.

"Dejó de leer al oír por la radio los primeros compases de Embrujado, nervioso y aturdido, cantada por Sinatra.
- He de bailar - dijo Coleman -. ¿Quieres que bailemos?
(...) - Después de que haya escuchado el resto de la carta - respondí a su invitación a bailar-.
(...) - Vamos a bailar.
- Pero no debes cantarme al oído.
- Anda, levántate.
Qué diablos, me dije, no pasará mucho tiempo antes de que los dos estemos muertos, así que me levanté y allí, en el porche, Coleman Silk y yo nos pusimos a bailar el fox-trot. Él me dirigía y yo le seguía en la medida de mi capacidad.

(...) - Espero que no pase por ahí delante nadie del departamento de bomberos voluntarios - le dije.
- Sí - replicó-. No queremos que nadie me dé unos golpecitos en el hombro y pregunte: ¿Puedo interrumpir?
Seguimos bailando. No había en ello nada abiertamente carnal, pero como Coleman solo llevaba los shorts de dril y mi mano descansaba con facilidad en su cálida espalda, como si fuese el lomo de un perro o un caballo, no era un acto del todo burlón. Él me guiaba por el suelo de piedra con una sinceridad semiseria, por no mencionar el placer inconsciente de estar vivo, vivo por accidente, de una manera cómica y sin ninguna razón, la clase de placer que experimentas de niño cuando aprendes a tocar una tonada con un peine y papel higiénico.

Cuando nos sentamos Coleman me habló de la mujer.

- Tengo una aventura, Nathan. Tengo una aventura con una mujer de treinta y cuatro años. No puedo decirte lo que eso ha hecho por mí.
- Acabamos de bailar..., no es necesario que me lo digas.

(...) Pensé que Coleman había encontrado a alguien con quien podía hablar... y entonces pensé que yo también. En cuanto un hombre empieza a hablarte de sexo, te está diciendo algo acerca de él y de ti. En el noventa por ciento de las veces eso no sucede, y probablemente es mejor que así sea, aunque si no alcanzas cierto nivel de franqueza acerca del sexo y prefieres comportarte como si jamás pensaras en eso, la amistad masculina es incompleta. La mayoría de los hombres nunca encuentran un amigo con el que puedan sincerarse en ese aspecto. No es frecuente. Pero cuando sucede, cuando dos hombres descubren que están de acuerdo sobre esa parte esencial del ser humano, sin temor a que los juzguen, les hagan avergonzarse, los envidien o los superen, con la seguridad de que el otro no traicionará su confianza, sus vínculos humanos pueden ser muy fuertes, y de ello resulta una intimidad inesperada.

Fue así cómo Coleman y yo nos hicimos amigos y cómo dejé de ser partidario incondicional de vivir solo en mi casa apartada y superé los golpes que me había dado el cáncer. Al bailar conmigo, Coleman Silk me devolvió a la vida (...) Ciertamente, el baile que selló nuestra amistad fue también lo que convirtió su desastre en mi tema, lo que hizo de su disfraz mi tema, lo que hizo de la presentación adecuada de su secreto mi problema a resolver. Fue así como dejé de ser capaz de vivir al margen de la turbulencia y el ardor de los que había huido. Me bastó con encontrar un amigo para que irrumpiera toda la malevolencia del mundo".

lunes, 15 de junio de 2009

Misteriosas notas sobre el misterio de la belleza.

Desde hace algunos años ya, me ha interesado, pero sobre todo, me ha intrigado la experiencia subjetiva de la belleza. ¿Cómo nos dejamos tocar por la belleza? ¿Qué nos permite tener una experiencia genuinamente estética? (Y por genuino me refiero a la posibilidad de experimentar sensaciones de belleza en objetos, formas o figuras que no pertenezcan al reino de los parámetros estandarizados ni de los clichés).
Todavía no lo sé... veremos si el tiempo me ayuda a saberlo, a comprenderlo.

Desde que me he sentido intrigada por este tema me he topado, al comienzo de forma casi azarosa y posteriormente de una manera más consciente, con ciertas notas sobre la belleza que, aún sin entenderlas, me mantienen intrigada: enigmáticamente intrigada. (Como me ocurre tal vez cuando me sorprendo a mí misma al experimentar que la belleza invade mi cuerpo de sensaciones que no alcanzo a comprender).

Lo único que puedo percibir con cierta claridad en las frases que he encontrado y que voy a transcribir a continuación es la permanente superposición que alcanzo a entrever entre belleza y terror, belleza y destrucción: terror de ser destruídos por la belleza como también terror de destruirla.
Desde el psicoanálisis uno puede pensar que ese terror está muchas veces presente cuando aparece la posibilidad de entablar un vínculo de verdadera intimidad emocional con alguien.
En esas ocasiones un miedo e incluso un terror acecha. El miedo de no ser capaces de acercarnos demasiado sin romper o dañar, o de ser rotos o dañados por la inmensa proximidad con el otro. Afortunadamente, hay ocasiones en las que el deseo y el amor nos llevan de la mano y sin terror justo al centro de ese miedo.
He aquí las frases que me intrigan y a las que probablemente, no oso todavía acercarme lo suficiente como para que me develen sus misterios:

" La aprehensión de la belleza también implica la aprehensión de la posibilidad de su destrucción". Donald Meltzer.
"Lo bello siempre es bizarro". Charles Boudelaire. Curiosidades Estéticas.
"Lo que llamamos belleza es sencillamente un primer presentimiento de terror, le cuenta Rilke. Nos postramos ante la belleza para agradecerle que renunice a destruirnos. ¿ Le destruirían si se aventurara a acercarse demasiado a esas bellas criaturas de otros mundos, o les parecería demasiado insignificante para eso?". J.M Coetzee. Juventud.
"Era una belleza a escala humana, sin el aspecto abrumador de lo sublime. Uno podía absorber la belleza sin sentirse empequeñecido o inundado de temor". P.Roth. La Mancha Humana.

Además escogí una imagen de la escultura del artista británico Marc Quinn (Alison Lapper pregnant) por ser para mí una obra de arte cuya belleza no deja de sorprenderme ni de propiciarme miles de sensaciones que a veces me parecen incluso "abrumadoramente bellas". Haciendo un poco de asociación libre, esta escultura hace eco en mi mente con las letras de una canción conocida que dice: "there is beauty in brakdown".

domingo, 17 de mayo de 2009

Amores contrariados y memorias del cuerpo.

" Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados ".

Amores inevitables e inevitablemente contrariados. ¿Qué nos dejan? ¿Y en qué lugar lo dejan? Supongo que en islas desiertas donde se intersectaron alguna vez el alma, la mente y el cuerpo.

El olor de las almendras amargas le recuerda a Juvenal Urbino el destino de los amores contrariados. A mí, esta frase con la que García Márquez comienza su novela El Amor en los Tiempos del Cólera, me hace pensar acerca de las experiencias y sensaciones corporales que produce el amor cuando está ausente, cuando ya sólo es pasado.

Probablemente lo más doloroso de retornar mediante el recuerdo a los amores perdidos es el hecho de constatar, contrariadamente, la imposibilidad de volver a sentir vívidamente los recuerdos corporales que aquel amor produjo. Uno puede recordar, sin alterar demasiado, algunas conversaciones, ciertos momentos y hechos específicos pero, a mi modo de ver (y de sentir), la memoria del cuerpo está hecha de manera tal que sólo le es posible recordar tenue y borrosamente las sensaciones que esos amores (ya perdidos) inscribieron (en otro tiempo) en nuestro cuerpo.

A veces un olor, un sabor o una sensación traen del olvido a la memoria recuerdos de aquellos amores perdidos que yacen regados por toda la piel. Cuando por algún motivo se recuerdan las sensaciones que tuvimos al amar a alguien, buscamos a tientas los registros corporales de tales sensaciones. Buscamos a tientas y encontramos a medias, no porque el olvido sea el destino de los recuerdos corporales, sino porque es el otro quien, con su cuerpo y su presencia tiene la otra mitad de ese recuerdo sensorial que ya no estamos en capacidad de sentir de nuevo de manera diáfana en medio de nuestra propia soledad.
Quizás el cuerpo pueda guardar, y de manera casi intacta, la claridad e intensidad de las sensaciones que han quedado inscritas en la piel. Sin embargo, la separación no nos deja otra alternativa que la de vivir con una memoria corporal escindida; probablemente, para volver a experimentar nítidamente aquellas sensaciones del pasado, tendríamos que estar de nuevo con ese cuerpo que nos las produjo.

Tal vez la ruptura del amor nos resulta tan difícil no sólo porque perdemos a quien amamos sino porque también, con esa pérdida, renunciamos a la posibilidad de palpar nítidamente el código de sensaciones placenteras que ha quedado inscrito en el cuerpo.

Es como haber perdido el mapa que nos conducía a una isla exótica. El recuerdo de la isla queda instaurado en nuestra mente, pero las sensaciones ligadas a dicho recuerdo se desdibujan.

¿En dónde se queda esa memoria corporal que construimos junto a otro y a partir de la cual forjamos nuevas experiencias corporales de nosotros mismos? Supongo que ocupa un espacio vacío, supongo que se convierte en una especie de isla desierta. Imagino además que esa isla tiene como forma el contorno de ese cuerpo que alguna vez se fundió con el nuestro.




viernes, 1 de mayo de 2009

¿Por qué bailan todavía?


"En verdad que el mundo debería pertenecer a los cantantes y bailarines".
J.M. Coetzee. Esperando a los Bárbaros.

El 29 de abril se celebró el día internacional de la danza. Para festejarlo tuve la oportunidad de ver el documental Baila Colombia de Diego García. ¿Qué ví en el documental? Que "no es un secreto para nadie que Colombia es un país de bailarines innatos", como afirma Alvaro Restrepo. Esto es cierto. Constaté que ese secreto a voces se mueve en los cuerpos de muchos colombianos.
¿Qué más vi? Vi niños y niñas, hombres y mujeres de todas las edades bailando al ritmo de tambores africanos. Tambores cuyos sonidos se mezclaban con sonidos de instrumentos de viento indígenas y de cantos en español. Vi personas que insisten en aprender, transmitir y recordar la sabiduría que encierra el lenguaje corporal de sus ancestros.

Pero, aunque todo lo que acabo de mencionar es en sí mismo impresionante, sabía, por una punzada de dolor atravesada en mi garganta, que debía estar viendo algo más. De lo contrario, ¿qué me aguijoneaba la garganta mientras, al mismo tiempo, sentía mi cuerpo invadido de alegría al ver tanta danza, tanto baile?

Ví además bailarines, escuelas y compañías de danza en plena creación; inventando nuevos movimientos y demostrando que el espectro de posibilidades con el que cuenta el cuerpo para comunicar, expresar y simbolizar es infinito.

¿Por qué entonces esa punzada en la garganta?
Me tomó un tiempo entender que esa punzada no estaba relacionada con lo que estaba viendo, sino con lo que no estaba viendo. O, al menos, con aquello que, si estaba en escena, no constituía el aspecto protagónico del documental. Los protagonistas eran la danza y los bailes, verlos no me dolía (todo lo contrario). Lo que me dolía (y me seguirá doliendo) era en cambio darme cuenta de los lugares de donde provenían muchas de esas danzas.

En el documental vi, porque simplemente es inevitable no ver en Colombia, pobreza, injusticia social y violencia. No ví pero escuché historias acerca de cuerpos mutilados, torturados, despedazados que también poblaron esas regiones en las que veía gente bailando. No ví a los bárbaros pero oí que también por ahí habían pasado.
Al ver a tantas personas bailando en sitios devastados por la violencia no podía (no puedo) sino asombrarme respecto a la capacidad del hombre para transformar la destrucción en fuente de inspiración para la creación: creación de cantos, de historias, de bailes, de ritmos, de sabores y de tantas otras manifestaciones creativas. Ver a tantas personas bailando ha sido para mí una prueba contundente de que esta capacidad (de transformar la devastación en creación), subsiste en medio del dolor. De hecho, no sólo subsiste sino que incluso algunas veces encuentra formas de convertir ese mismo dolor en expresiones llenas de vigor.

En medio de tanta muerte, crueldad y violencia (y cómo me duele saber que no estoy exagerando) vi personas bailando. ¡Vi personas bailando! Y no sólo los ví bailando, sino que además constaté el goce genuino que sentían al bailar y quedé, como siempre quedo con este tipo de manifestaciones del alma humana, aturdida y maravillada al mismo tiempo.

Esperando a los Bárbaros ha sido una de las novelas que más me ha impactado. El relato de un hombre que no se da por vencido, a pesar de las constantes catástrofes que ocasiona la violencia humana, y que se empeña hasta el último momento en convertir un lugar devastado por las atrocidades de la guerra en un refugio de convivencia.

Ver a todas estas personas bailando me ha impactado hasta el punto de querer hacerles algunas preguntas. Les preguntaría por ejemplo: ¿Cómo lograron que el odio no los enloqueciera? ¿Por qué no han hecho de la venganza su destino? Pero ante todo les preguntaría: ¿Por qué bailan todavía?
Aunque desconozco las respuestas, creo que el hecho de que aún bailen tiene que ver con esa capacidad del hombre para transformar el dolor en creación.

Realidad y Juego es para mí el texto de Psicoanálisis más profundo y revelador que he leído hasta ahora (texto que, por lo demás, aún no he descifrado). Al inicio de este texto hay una frase de Michel Leiris que encierra todo lo que este documental me ha hecho ver y sentir.

"Esa capacidad poco común ... de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos".

Finalmente, fue esa capacidad la que terminé también celebrando, en medio del dolor y del asombro este 29 de abril que acaba de pasar.

martes, 21 de abril de 2009

¿Qué es ser hombre?

Esa es una pregunta que, de una u otra manera, ha estado rondando por mi mente desde que mi "etapa edípica" estaba en todo su esplendor, es decir, desde que tenía más o menos unos cinco años de edad.
La curiosidad ( y, quizá también la angustia de castración?) me ha (n) llevado a indagar al respecto. A veces creo haber captado información relevante hablando con ciertos hombres, otras en cambio, dudo no sólo acerca de la veracidad de los datos revelados o inferidos por medio de conversaciones, sino también de mi propia disposición para percibir aquello esencialmente masculino que tanto anhelo ver. Sé que me es imposible no prestarles atención a estas conversaciones orientada por una curiosidad femenina y, por ende, sé también que es muy posible que mi sistema de captación resulte en cierta medida inapropiado para llevar a cabo la tarea de reconocer claramente aquellos elementos masculinos que tanto ansío descubrir.

Así que, en lo que respecta a esta intriga, sólo cuento con la certeza de mi deseo: el deseo de preguntarme como mujer qué es ser un hombre. Me intrigan aquellos puntos que hombres y mujeres tenemos en común como también aquellos donde se produce (n) las bifurcación (es). Me intrigan esos lugares (de la mente y del cuerpo) que nos orientan hacia visiones y sensaciones distintas de la vida y del amor. Vuelvo, una y otra vez, a pensar sobre esos puntos y no dejo de preguntarme respecto a aquellos que nos son inexorablemente ajenos a los unos de las otras y a los otros de las unas.

Dependiendo del estado de ánimo en el que me encuentre hago énfasis en lo que tenemos en común o en lo que nos diferencia. Honestamente, nunca he llegado ni a pensar ni a sentir que hombres y mujeres no tengamos nada en común. Así que, sigo confiando en la existencia de elementos compartidos entre ámbos géneros, y sobre todo sigo sintiéndome atraída ante la posibilidad de pensar desde las semejanzas nuestras diferencias.

Guiada por esta gran curiosidad acerca de cómo se vive y se experimenta la vida cuando se es un hombre, le hice caso a mi intuición femenina y leí la novela de Philip Roth titulada: Mi vida como hombre. Además, por tratarse de una novela de este autor no temí ningún mal presagio. Todo lo contrario, confiaba plenamente en la posibilidad de encontrarme con un libro estupendo y, una vez más, Roth no sólo me prendó durante todo su relato, sino que además me llevó a leerlo presa de una voracidad irremediable.

A lo largo de este relato me encontré con declaraciones inesperadas. Descubrí una novela llena de un agudo sentido del humor, humor que roza inteligentemente los límites del cinismo. (He ahí el sello característico de Roth). Encontré una novela que me habló directamente acerca del dolor de ser hombre, pero sobre todo acerca del dolor y de los temores que, algunos hombres sienten al entablar una relación de pareja con una mujer.

Quiero subrayar que, antes de empezar mi lectura imaginé que iba a encontrarme con una voz serena. La voz de un Hombre en quien podría vislumbrar gestos de Seguridad y Dominio de Sí. Pensé que este hombre del que me hablaría Roth asumiría la vida guíado por una sensación de Claridad respecto a Sí Mismo.
Ahora voy a compartir un pequeño fragmento ilustrativo de aquello que encontré en mi búsqueda. Aquí van algunos momentos estelares en la vida de un hombre de treinta y cuatro años:

( Este es el fragmetno de una carta que Peter Tarnopol, - protagonista de la novela - le escribe a su hermana. Tarnopol es escritor. Viudo de su primera esposa - que se llamaba Maureen - y separado de un segundo matrimonio).

"Aquí, a veces imagino que tengo diez años y que me trato a mí mismo como corresponde a esa edad. Para empezar el día, tomo un bol de cereales en el comedor, como hacía todas las mañanas en la cocina de casa. Luego vengo aquí, a mi cabaña, más o menos a la misma hora en que solía ir a la escuela (...) En lugar de estudiar aritmética, sociales, etcétera, escribo a máquina hasta el mediodía (...) Mi almuerzo viene en un recipiente preparado en la cafetería, e incluye bocadillo, palitos de zanahoria cruda, una galletita de avena, una manzana y un termo lleno de leche; más que suficiente para un chaval que está creciendo (...) Todas las noches trato de afeitarme "a la perfección", como lo haría un niño de diez años (...) A las seis me preparo un cóctel de vodka, y martini, que bebo a pequeños sorbos mientras escucho las noticias con mi radio portátil (...) Desde luego, a los diez años no tenía el hábito de beber, pero me recuerda a mi padre cuando regresaba de la tienda con su dolor de cabeza y los ingresos del día. Con una expresión en la cara que hacía pensar que el vaso contenía trementina, se bebía de un trago un poco de whisky(...)
Para regresar caminando a la casa principal, a medianoche, tengo solo una linterna que me ayude a orientarme por el sendero que se abre entre los árboles. A solas bajo ese cielo renegrido, no tengo más valor a los treinta y cuatro años que cuando era niño, y estoy tentado de echarme a correr. En vez de eso, invariablemente apago la linterna y permanezco inmóvil allí, en el bosque a mdidanoche, hasta que el miedo desaparece, o bien llego a un punto intermedio entre yo y el miedo. ¿Qué me asusta? A los diez años, solo el olvido (...) Hoy es pensar que los muertos no están muertos lo que hace que se me aflojen las rodillas. Pienso: "¡El funeral de Maureen fue otra trampa! ¡Está viva! ¿De una forma y otra, reaparecerá!" En el pueblo, al atardecer, a veces imagino que miraré hacia la lavandería y la veré llenando una lavadora con prendas sucias que va sacando de una bolsa. En el pequeño bar que frecuento para tomar café, me quedo a veces sentado a la barra, pensando que entrará por la puerta como si hubiese sido catapultada señalándome con el dedo:
-¿Qué haces aquí? ¡Me has dicho que nos encontraríamos en el banco a las cuatro!
Y ya estamos otra vez con lo mismo.
- Estás muerta- le digo-, no puedes encontrarte con nadie en ningún banco si estás muerta!"


Mientras transcribía estos fragmentos me acordaba de una frase que, alguna vez me dijeron, había sido dicha por Oscar Wilde. (Disculparán la absoluta inexactitud de mi cita). En fin, parece ser que alguna vez Wilde dijo: "No crecemos, sólo aprendemos a comportarnos". Y esto es válido tanto para hombres como para mujeres. Esto también lo sabe Roth y lo narra con el humor necesario como para que uno pueda soportar lo difícil que tal hecho resulta (sin importar el género al que uno pertenezca).

Encontrarme con un personaje como Peter Tarnopol no me decepcionó de los hombres. De hecho, me permitió simpatizar aún más con ellos. Además, el agudo sentido del humor con el que Roth narra el dolor del protagonista me convirtió -casi que inmediatamente- en su cómplice. Constaté además algo que el psicoanálisis ya me había permitido entender desde hace un buen tiempo y es el hecho de que la adultez masculina, al igual que la adultez femenina, están llenas de miedos infantiles. Roth es un escritor cuyo valor, para mí, reside en su valentía para ilustrar nuestras mas vergonzosas cobardías. Además sé que, el hecho de que a los hombres los ataquen profundos miedos infantiles, no anula la posibilidad de que esas otras cualidades que yo tan ansiosamente estaba esperando encontrar en el relato de la vida de un hombre, tales como la Razón, la Serenidad, y el Dominio de Sí, existan en ellos. Al fin y al cabo, ¿ quién podría negar que la literatura no le permite a uno encontrarse con hombres así? Sólo es cuestión de escoger otra novela. ¿No es cierto?

sábado, 18 de abril de 2009

Fragilidad e Infancia

La fragilidad es una de esas cualidades que los hombres tendemos a anular cuando intentamos echarnos un vistazo a nosotros mismos.
El psicoanálisis, que en otros tiempos incomodó tanto a la Razón y que hoy se atreve a hablarle de frente a la Vanidad, no cesa de decir, en cambio, que es precisamente esa intensa fragilidad la que nos hace humanos.
Por supuesto que, también nos hace humanos, el deseo de abolir por completo la incómoda sensación de vulnerabilidad que va silenciosamente de la mano con la experiencia de sabernos vivos.
¿Por qué? Parece que la respuesta la tienen los bebés. Eso es al menos, lo que Winnicott siempre me dice.
Parece ser que deberíamos aventurarnos hasta ese momento de nuestra vida (justo cuando más frágiles y dependientes del entorno fuimos), para enteder el miedo que nos acosa (como una especie de escalofrío que nos recorre toda la espalda), al percatarnos de que, sin el cuidado que otro (generalmente la madre) nos ofreció, no estaríamos vivos.
¡No estaríamos vivos! Y sin embargo, lo que experimenta el bebé cuando ha sido cuidado y acunado por su madre (aquí de nuevo está Winnicott hablándome al oído) es que, fue él quien tuvo el poder de crear el entorno que lo cuida. Fue él, ¡él! el gran mago creador del mundo.
Parece ser entonces que para comprender los orígenes de ese mago "que nos permite encontrar lo conocido en lo desconocido" tendremos que seguir aventurándonos hacia esos primeros, primerísimos momentos de nuestra existencia.

En su novela Infancia, Coetzee habla, como pocos podrían hacerlo, de lo que significa para un ser humano haber sido un bebé alguna vez. Una experiencia que, todos guardamos en lo más profundo de nuestra mente y que, paradójicamente, nos aterra pero sin la cual no habría podido existir el poder de la magia.

"Es un bebé. Su madre lo levanta, con la cara por delante, y lo sostiene por debajo de los brazos. Sus piernas cuelgan, su cabeza se dobla, está desnudo; pero su madre lo lleva delante de ella, adentrándose en el mundo. Ella no noecesita ver adónde va, solo tiene que seguirlo. Ante él, a medida que ella avanza, todo se petrifica y se hace pedazos. Solo es un bebé con una gran barriga y una cabeza que se ladea, pero possee ese poder.
Se queda dormido."