sábado, 18 de abril de 2009

Fragilidad e Infancia

La fragilidad es una de esas cualidades que los hombres tendemos a anular cuando intentamos echarnos un vistazo a nosotros mismos.
El psicoanálisis, que en otros tiempos incomodó tanto a la Razón y que hoy se atreve a hablarle de frente a la Vanidad, no cesa de decir, en cambio, que es precisamente esa intensa fragilidad la que nos hace humanos.
Por supuesto que, también nos hace humanos, el deseo de abolir por completo la incómoda sensación de vulnerabilidad que va silenciosamente de la mano con la experiencia de sabernos vivos.
¿Por qué? Parece que la respuesta la tienen los bebés. Eso es al menos, lo que Winnicott siempre me dice.
Parece ser que deberíamos aventurarnos hasta ese momento de nuestra vida (justo cuando más frágiles y dependientes del entorno fuimos), para enteder el miedo que nos acosa (como una especie de escalofrío que nos recorre toda la espalda), al percatarnos de que, sin el cuidado que otro (generalmente la madre) nos ofreció, no estaríamos vivos.
¡No estaríamos vivos! Y sin embargo, lo que experimenta el bebé cuando ha sido cuidado y acunado por su madre (aquí de nuevo está Winnicott hablándome al oído) es que, fue él quien tuvo el poder de crear el entorno que lo cuida. Fue él, ¡él! el gran mago creador del mundo.
Parece ser entonces que para comprender los orígenes de ese mago "que nos permite encontrar lo conocido en lo desconocido" tendremos que seguir aventurándonos hacia esos primeros, primerísimos momentos de nuestra existencia.

En su novela Infancia, Coetzee habla, como pocos podrían hacerlo, de lo que significa para un ser humano haber sido un bebé alguna vez. Una experiencia que, todos guardamos en lo más profundo de nuestra mente y que, paradójicamente, nos aterra pero sin la cual no habría podido existir el poder de la magia.

"Es un bebé. Su madre lo levanta, con la cara por delante, y lo sostiene por debajo de los brazos. Sus piernas cuelgan, su cabeza se dobla, está desnudo; pero su madre lo lleva delante de ella, adentrándose en el mundo. Ella no noecesita ver adónde va, solo tiene que seguirlo. Ante él, a medida que ella avanza, todo se petrifica y se hace pedazos. Solo es un bebé con una gran barriga y una cabeza que se ladea, pero possee ese poder.
Se queda dormido."

4 comentarios:

  1. Volviendo a esa etapa podrìamos resolver una cantidad de cosas...

    ResponderEliminar
  2. querida Fragilante, me inquieta lo siguiente: esta teoría entonces aureola la vida con un ambiguo halo de fatalidad, tanto porque la inmensa mayoría no nos acordamos de cómo procedimos nosotros en esos años como porque tampoco sabemos cómo procedieron con nosotros. Entonces nuestra vida -en parte- resulta el producto de las decisiones que nunca fuimos conscientes de haber tomado... Ah, qué fatalista ando por estos días, mejor no hagas caso de este comentario necio: más bien: ¡qué bonito Coetzee!

    ResponderEliminar
  3. Si, esta teoría aureola la vida un un halo de fatalidad y de suerte. Yo diría que nuestra vida en parte tiene que ver no tanto con las decisiones sino con los sentimientos (conscientes e inconscientes) con el cual nos acogieron. Creo mi querido Milserifas que precisamente es por ese hecho que mencionas (el hecho de que no sabemos como procedieron con nosotros)que nos aterra tanto reconocer nuestra inmensa vulnerabilidad. Andas fatalista pero no por ello menos lúcido, y sí: ¡qué bonito Coetzee!

    ResponderEliminar
  4. Emmanuele del alma,
    Volviendo a esa etapa, quizá tendríamos menos miedo de nosotros mismos.
    Gracias por recorrer también estas tierras conmigo. Un abrazo.

    ResponderEliminar