jueves, 31 de diciembre de 2009

El viejo y "La Mar": uno de tantos retornos a lo Femenino.


Recorriendo mi propia vida, yendo en busca de mí misma, prestando atención a mi cuerpo y a sus ritmos, unas veces llena de curiosidad, otras veces con mucho miedo, en ciertas ocasiones acomapañada de un sentimiento de serenidad, he ido aprehendiendo algunos de los rostros de mis propios misterios. Al hacerlo, he ido reconociendo, cada vez con más claridad, mi deseo de retornar una y mil veces a lo femenino. Cómo si en gran parte de eso se tratara esto de saber quién soy; cómo si esos múltiples retornos que llevo a cabo incesantemente fueran a su vez mi destino y mi trayectoria.

¿Qué es lo femenino? ¿Cómo se manifiesta su fuerza en mí y en las corrientes de la vida?

No tengo las respuestas a estas preguntas y no me afana no tenerlas. Tengo en cambio la intuición (femenina), de que las respuestas no son algo fundamental en este terreno primario. Más bien he ido encontrando algunas metáforas que me hablan de ese enigma de lo femenino. He aquí una de ellas: Santiago, el viejo pescador de la novela de Hemingway "El Viejo y El Mar", habla del mar como un ente femenino y sus palabras resuenan con mi búsqueda.
Me resulta además entrañable de este párrafo, el hecho de que sea un hombre quien hable así de La Mar. Al leer este fragmento he podido recordar que, en ciertas ocasiones, yo he sentido la necesidad de ir al encuentro de lo femenino desde las fuerzas masculinas que también me habitan.

"Decía siempre la mar. Así es como la llaman en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o aún un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer".

El viejo y el mar.
Ernest Hemingway

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