viernes, 18 de marzo de 2011

¡Yo soy El Pecho!

Desde hace ya varias décadas ciertos psicoanalistas se han dedicado a observar la relación entre la madre y el bebé.  Así mismo,  al tratar pacientes adultos con síntomas psicóticos (tales como la alucinación y el delirio), algunos psicoanalistas han encontrado que, en los primeros momentos de la vida del ser humano, se encuentran los orígenes de un tipo de funcionamiento mental en el que la realidad interna y la externa llegan a estar tan fusionadas, que todo intento de discernimiento entre la una y la otra se convierte en un ejercicio insostenible.
Al observar bebés, los psicoanalistas deben hacer uso de su capacidad imaginativa para tratar de identificarse simultáneamente tanto con el ser humano en su momento de máxima dependencia, como también con la madre y su capacidad para desplegar las funciones propias del cuidado materno.  Esta capacidad para imaginar qué deben estar viviendo tanto el bebé como la madre, ha permitido llegar a afirmar que,  durante los inicios de nuestra vida mental, el primer vínculo que fundamos (y que nos funda) es el que generamos con el seno materno, antes que con la madre misma.   ¿De qué naturaleza es este vínculo que forjamos con el seno materno?  Winnicott nos diría que, si todo ocurre suficientemente bien, este vínculo es de naturaleza real e ilusoria al mismo tiempo.   Es decir que,  justo cuando el seno es ese objeto indispensable para calmar nuestras necesidades básicas, así como también lo es para experimentar vivencias de gratificación, nosotros, siendo bebés, debimos haber sentido y creído que nosotros y ese seno materno que nos procuró el alivio de la necesidad, así como también la satisfacción del deseo, (si fuimos lo suficientemente afortunados al ser acunados por una madre generosa) éramos uno y el mismo ser.  El bebé ES entonces el seno cuando lo necesita o cuando así lo desea.  El bebé es entonces (gracias a la madre, pero esto él no necesita, ni puede, ni debe saberlo porque de ser así el "encanto" desaparecería) un ser con la capacidad de auto-abastecerse y de auto-gratificarse.  En este sentido, lo que algunos psicoanalistas han "logrado ver" al observar el vínculo entre el bebé y la madre, es que los primeros momentos de nuestra vida guardan esas experiencias fundadoras a partir de las cuales irán tomando forma nuestras capacidades para soñar, imaginar, fantasear, ensoñar, e ilusionarnos.
En la medida en que me he ido acercando a estos primeros momentos del desarrollo psíquico, volví intuitivamente a releer algunos fragmentos de El Pecho, un texto que, antes que ser mi escrito preferido de Roth,  ha sido desde siempre mi objeto de culto de su jugosa y exquisita obra literaria.
De hecho, llegué a este autor por el título de esta novela y su trama me resultó desde el comienzo absolutamente brillante: un hombre  que sufre una metamorfosis.  Pero en esta ocasión, a diferencia de Gregorio Samsa, se trata de un hombre de la década de los setentas, norteamericano, un hombre que ya no es, ni  hijo de la tradición racionalista, ni alguien que está sometido sin miramientos ni al Principio de Realidad, ni a la Ley del Padre.  Roth nos lleva en cambio, a la mente de un hombre que, por vivir en Estados Unidos a finales del siglo XX puede volver realidad el delirio del bebé.  Él no delira con haberse convertido en un pecho: él se ha convertido en un pecho.  Este es quizá el  drama del hombre contemporáneo, del hombre que, para utilizar textualmente las palabras de Roth: "está en la Tierra de la Oportunidad, en la Era de la Realización de Sí Mismo", y que por ende puede exclamar: " yo soy el Pecho, ¡y viviré mediante mis propias luces!".  

A continuación transcribo un párrafo maravilloso en el que Roth, por medio de una ficción con tintes poéticos, nos permite reconocer el valor que ostentan, y al mismo tiempo esconden irremediablemente, esas primeras mil horas de nuestra existencia.    También he escogido este párrafo por la manera como el autor ilustra la imposibilidad con la que terminamos encontrándonos una y otra vez los psicoanalistas, los poetas, los escritores, los artistas,  y todos aquellos que a veces desearíamos volver a ese momento inicial, a esas horas donde realidad e ilusión grabaron en nosotros un código secreto a través de sensaciones que precedieron al lenguaje.  Roth expresa en estas frases las dificultades inherentes a la búsqueda de asir ese momento en el que el Yo y el no Yo existen sólo en una inseparable intersección,  y en el que omnipotencia y dependencia absoluta son una y la misma experiencia. 

¡Cómo me esfuerzo en los días siguientes por recuperar la cordura! Remuevo el lodo de mis inicios, en busca de lo que explique, y por lo tanto aniquile, este ridículo delirio.  Le digo al médico que he regresado al amanecer de mi vida, a mis primeras mil horas tras las infinitas horas de inexistencia, he regresado al momento en que todo es uno mismo y uno mismo es todo, al momento en que lo cóncavo es lo convexo y lo convexo lo cóncavo.... ¡ah, cómo hablo! ¡Cómo me afano por burlar a mi locura! ¡Ojalá pudiera recordar mis hambrientas encías en la amorosa espita, mi nariz en el globo nutricio! (...) Pero, ¿por dónde empezar si no es por ahí? Solo que resulta que ahí no hay nada.  Todo es demasiado remoto, el regreso al lugar donde estoy ahora.  Bucear hasta ese fondo marino donde empecé a ser, ¡descubrir en el limbo mi precioso secreto! Pero cuando asciendo a la superficie, ni siquiera tengo cieno bajo las uñas.  He ascendido sin nada.

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