miércoles, 24 de junio de 2009

Intimidad en la amistad



De nuevo Philip Roth.

No puedo evitar volver a él. No puedo evitarlo porque no quiero hacerlo. Encuentro sus novelas pobladas de rastros humanos, sobre todo de rastros de lo humano. Y, debo admitir que no puedo concebir algo más tentador que eso.

Esta vez en la novela La Mancha Humana, Nathan Zuckerman (el personaje que aparece en muchas de sus novelas) es ya un hombre que tiene más de sesenta años. En este momento de su vida conoce a Coleman Silk, otro hombre que tiene aproximadamente la misma edad de él. Silk es un ex-profesor universitario con quien Nathan entabla rápida e intensamente un profundo sentimiento de amistad. Y para mí, el talento de Roth consiste en recrear todo lo que este sentimiento puede otorgarle no sólo al género masculino sino al género humano.

Hoy transcribo retazos de párrafos a través de los cuales se recrea el nacimiento de una verdadera intimidad en la amistad que une a estos dos hombres. Los transcribo por la sensibilidad de Roth para plasmar y poner en palabras el milagro de la aparición de una verdadera cercanía entre dos hombres que se permiten a sí mismos volverse íntimos amigos.

Por un lado, me gustó mucho que un hombre recreara y, al hacer esto, me permitiera conocer toda la intimidad de la que pueden ser capaces dos hombres cuando son amigos. (Debe ser porque desde hace un buen tiempo, siempre estoy en busca de relatos que rompan los formatos y desechen los clichés llenos de lugares comunes). Por otro lado, me emocionó profundamente la manera como Roth hace uso de la narración y del lenguaje para develar aquellos elementos emocionales más profundos que subyacen en el corazón de un vínculo de verdadera y profunda amistad. Me gustó también porque en estos párrafos Roth devela por medio de frases absolutamente acertadas aquello que la amistad puede otorgarle y devolverle a cualquier ser humano a lo largo de su vida.

"Dejó de leer al oír por la radio los primeros compases de Embrujado, nervioso y aturdido, cantada por Sinatra.
- He de bailar - dijo Coleman -. ¿Quieres que bailemos?
(...) - Después de que haya escuchado el resto de la carta - respondí a su invitación a bailar-.
(...) - Vamos a bailar.
- Pero no debes cantarme al oído.
- Anda, levántate.
Qué diablos, me dije, no pasará mucho tiempo antes de que los dos estemos muertos, así que me levanté y allí, en el porche, Coleman Silk y yo nos pusimos a bailar el fox-trot. Él me dirigía y yo le seguía en la medida de mi capacidad.

(...) - Espero que no pase por ahí delante nadie del departamento de bomberos voluntarios - le dije.
- Sí - replicó-. No queremos que nadie me dé unos golpecitos en el hombro y pregunte: ¿Puedo interrumpir?
Seguimos bailando. No había en ello nada abiertamente carnal, pero como Coleman solo llevaba los shorts de dril y mi mano descansaba con facilidad en su cálida espalda, como si fuese el lomo de un perro o un caballo, no era un acto del todo burlón. Él me guiaba por el suelo de piedra con una sinceridad semiseria, por no mencionar el placer inconsciente de estar vivo, vivo por accidente, de una manera cómica y sin ninguna razón, la clase de placer que experimentas de niño cuando aprendes a tocar una tonada con un peine y papel higiénico.

Cuando nos sentamos Coleman me habló de la mujer.

- Tengo una aventura, Nathan. Tengo una aventura con una mujer de treinta y cuatro años. No puedo decirte lo que eso ha hecho por mí.
- Acabamos de bailar..., no es necesario que me lo digas.

(...) Pensé que Coleman había encontrado a alguien con quien podía hablar... y entonces pensé que yo también. En cuanto un hombre empieza a hablarte de sexo, te está diciendo algo acerca de él y de ti. En el noventa por ciento de las veces eso no sucede, y probablemente es mejor que así sea, aunque si no alcanzas cierto nivel de franqueza acerca del sexo y prefieres comportarte como si jamás pensaras en eso, la amistad masculina es incompleta. La mayoría de los hombres nunca encuentran un amigo con el que puedan sincerarse en ese aspecto. No es frecuente. Pero cuando sucede, cuando dos hombres descubren que están de acuerdo sobre esa parte esencial del ser humano, sin temor a que los juzguen, les hagan avergonzarse, los envidien o los superen, con la seguridad de que el otro no traicionará su confianza, sus vínculos humanos pueden ser muy fuertes, y de ello resulta una intimidad inesperada.

Fue así cómo Coleman y yo nos hicimos amigos y cómo dejé de ser partidario incondicional de vivir solo en mi casa apartada y superé los golpes que me había dado el cáncer. Al bailar conmigo, Coleman Silk me devolvió a la vida (...) Ciertamente, el baile que selló nuestra amistad fue también lo que convirtió su desastre en mi tema, lo que hizo de su disfraz mi tema, lo que hizo de la presentación adecuada de su secreto mi problema a resolver. Fue así como dejé de ser capaz de vivir al margen de la turbulencia y el ardor de los que había huido. Me bastó con encontrar un amigo para que irrumpiera toda la malevolencia del mundo".

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